Opinión
No habrá paz para el Estado
La comedia infinita del golpe en Cataluña marcha imparable. El nuevo presidente de Sociedad Civil Catalana, Josep Ramon Bosch, explicó ante los micrófonos de la COPE que «el procés se acabará cuando el 20 por ciento de catalanes que se movió del catalanismo al independentismo» vuelva a la casa común. O sea, cuando los descarriados asuman la soleada xenofobia convencional que nutre el tuétano ideológico del PSC y abandonen las versiones más estridentes (por evidentes). Quién nos iba a decir que SCC abrazaría las errejonistas tesis de España como sofá para que los señoritos se sientan cómodos y nos renueven su afecto. Poco después los presos preventivos, acusados de intentar tumbar la democracia, reclaman su libertad para evitar «humillaciones». Un clásico entre los príncipes, asombrados al constatar que delante de la justicia «son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos». Entre medias el Gobierno de España ha patrocinado una campaña en vídeo para explicarle al mundo lo que ya el mundo sabe. Que somos una democracia plena y consolidada. Pero sin la apostilla imprescindible de aclarar qué son y a qué juegan los nacionalismos españoles realmente existentes. En exclusiva y desde hace años el catalán y el vasco. Como ha escrito Javier Redondo, «el karma de la moción de censura depende de lo que se combate». De ahí que el vídeo agite y riegue lugares comunes propios de un kindergarten y escamotee de raíz cualquier posibilidad de encarar la miasma populista y/o los gorilescos métodos de quienes aspiran a liquidar la nación española y con ella nuestros derechos. Sin olvidar que los batasunos integrantes de los CDR han arrojado bolsas con guano a la puerta de decenas de juzgados en Cataluña y ERC anuncia una enmienda a la totalidad contra los presupuestos. Como si a Pedro Sánchez le importase su muleta una vez garantizado el aposento en Moncloa o como si lo sucedido desde la moción de censura, de las presiones al Supremo a la cumbre bilateral en Barcelona no fueran sino nuevos capítulos de una desenfadada campaña de «fake news» que participa de las que en otros países promueven los medios alternativos desde las cloacas digitales. Una operación que en España hemos mejorado mediante el desacomplejado patrocinio del Gobierno. Queda por saber si los vapuleados andamiajes del Estado sobreviven hasta 2020 o si el nacionalpopulismo no detonará antes la Santabárbara con todos dentro.
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