Opinión
Venezuela: la llamada de la democracia
Los acontecimientos históricos nunca ocurren porque sí. Son el fruto de las decisiones libres de personas que trabajan para defender determinadas ideas. Decía Cicerón que «no saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños». Para entender lo que pasa estos días en Venezuela, y cuál debe ser el lugar de los demócratas, es imprescindible, y recomendable, separarse un poco de la actualidad, mirar con perspectiva y preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí.
Venezuela no ha dejado de deteriorarse desde la llegada del chavismo al poder. No podemos olvidar que fue Chávez el que convirtió un paraíso natural como Venezuela en el paraíso de la corrupción, la inseguridad y la violencia. En el paraíso de las mafias gubernamentales que, mientras repartían su botín entre distintos paraísos fiscales, arruinaban el que no hace tanto era uno de los países más ricos de la tierra.Y por este camino Venezuela se ha ido convirtiendo en una máquina de producción de miseria y exportación de más de tres millones de exiliados.
Menos libertad, menos instituciones, menos democracia, más corrupción, más fraude y más miseria. Nada nuevo bajo el sol. No por casualidad contaban con el asesoramiento y el ejemplo de la dictadura castrista, que desde hace 60 años ha arruinado y oprimido al pueblo cubano, sin la más mínima concesión democrática.
En Venezuela desde la aprobación de la Constitución bolivariana de 1999 el chavismo ha ido conquistando el sistema institucional mientras reducía los espacios de libertad. Poco a poco en nombre de un falso poder ciudadano, que dinamitaba la institucionalidad, ha ido poniendo al servicio del socialismo bolivariano los bienes del Estado, el poder judicial, el poder electoral, y el ejército. El golpe final fue la eliminación del poder legislativo, con la convocatoria de unas fraudulentas elecciones «constituyentes» y la eliminación de los medios de comunicación independientes mientras seguía arrinconando a una sociedad civil que a pesar de la persecuciónmantenía viva la llama de la democracia a base de trabajo y esperanza.
Cuando peor se ponían las cosas para la libertad ahí estaban siempre los héroes de la democracia. Demócratas venezolanos, como María Corina, Leopoldo, Antonio, Henrique... y ahora Juan Guaidó, que no han dejado de trabajar un solo día, a pesar de los agoreros, de las amenazas, de las persecuciones, de las agresiones, de las detenciones e incluso del asesinato de muchos compañeros, auténticos mártires de la democracia.
Estos demócratas pacíficos, luchadores de la libertad, han trabajado siempre convencidos de que a la falta de democracia sólo se le derrota con más democracia, y nunca han cedido a tentaciones simplistas, convencidos de que su perseverancia tendría frutos. En España, tampoco podemos decir que la situación en Venezuela nos haya cogido por sorpresa, y no todos hemos hecho lo mismo. Unos han estado años colaborando con la destrucción de la democracia. Algunos pavimentaron el camino, ejerciendo de asesores contra la democracia, a cambio de sustanciosos contratos, «libres de impuestos» y colaboraban parainternacionalizar el «modelo». Otros corrieron en su auxilio en los peores momentos, poniéndose a la cabeza de negociaciones trampa que ponían en el mismo nivel a víctimas y verdugos, y saliendo a dar la cara por el dictador cada vez que era necesario. Unos y otros han ejercido durante años de palmeros de la tiranía entre silencios cómplices y sonrisas culpables, y ambos hoy presumen de mala memoria y miran hacia otro lado.
No todos hemos hecho lo mismo. El Partido Popular lleva reclamando la libertad de los venezolanos desde el inicio de la dictadura. Nosotros hemos estado defendiendo y apoyando a los demócratas venezolanos desde el principio, denunciando los atropellos, reclamando la libertad de los presos políticos, haciéndonos eco de sus demandasy promoviendo el respaldo internacional. La responsabilidad es de Maduro, que tiene que dejar a los venezolanos recuperar las riendas de su historia, volver a ser protagonistas de la vida democrática de su país. Corresponde a las naciones libres, abrir la puerta de este proceso y acompañar a la sociedad venezolana en el camino. España tiene mucho que aportar, y no puede limitarse a mirar en silencio. Sus lazos de fraternidad, su posición privilegiada como miembro de la Unión Europea y la Comunidad Iberoamericana, y su experiencia en hacer una transición de la dictadura a la democracia, que admiró a todo el mundo, deberían servir de argumentos suficientes para asumir el liderazgo de la ayuda.
España debería liderar la acción internacional para dar salida a la dictadura y acudir en ayuda humanitaria a un pueblo sometido a la miseria que provoca el socialismo real: hambre, enfermedades y ruina.
Los blancos y negros, las dicotomías, suelen ser malos compañeros de viaje en política. Sin embargo, la Historia nos pone de vez en cuando ante dicotomías inevitables; ante un sí o un no, sin que haya más opciones. Venezuela es una de esas situaciones: o se apoya la libertad o se apoya al tirano. No cabe nada más. Y menos en un mundo como el actual en el que se desarrolla una batalla profunda entre los amigos y los enemigos de la libertad. Por eso, defender la democracia en Venezuelano pasa por establecer equidistancias entre las víctimas y sus verdugos, ni por tacticismos que sólo sirven para dar aire a Maduro, mientras el retraso de la ayuda humanitaria causa muertes a diario. La llamada de Juan Guaidó es la llamada de la democracia, y los demócratas, si queremos seguir siéndolo, no deberíamos dudar, ni siquiera una semana, para saber de qué lado estar.
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