Opinión
Apuestas arriesgadas
Las dos apuestas más arriesgadas de los dirigentes del taxi han sido dejar a los ciudadanos sin ese servicio y secundar los argumentos de la ultraizquierda.
Es probable que paralizar por completo la actividad en Madrid durante tantos días acabe por ser contraproducente para los taxistas. El paso del tiempo ha permitido a un número creciente de personas comprobar que el tráfico es más fluido sin taxis, y que existen los VTC, cuya demanda, lógicamente, se ha disparado. No sería extraño que se extendiese una opinión negativa del taxi y favorable a las nuevas aplicaciones y a los políticos que no se pliegan a las exigencias del gremio del taxi. Así, aumentaría el reconocimiento al Partido Popular y a Ángel Garrido en la Comunidad de Madrid, frente a la opción involucionista de Ada Colau en Barcelona.
Sospecho que la «podemización» del taxi puede derivar en un menor respaldo popular, por la reiteración de consignas demagógicas insolventes que la ciudadanía puede detectar con relativa facilidad. Por ejemplo, el portavoz de la Federación del Taxi, Julio Sanz, le dijo a Carlos Alsina en «Más de Uno», en Onda Cero, que existe un «intento de privatizar uno de los pilares del transporte de Madrid, quieren erradicar el servicio público del taxi y dejarlo en manos de tres o cuatro explotadores, banqueros y plataformas».
La supuesta amenaza aperturista y privatizadora es poco creíble, nadie quiere privatizar el taxi, en el sentido de liberalizarlo, y, de hecho, nadie quiere privatizar nada, puesto que los VTC también funcionan con licencias, y también protestarían de forma airada ante la solución realmente privada y liberal, que sería abrir las licencias a los VTC y a cualquiera. También es patente que los VTC no erradican el servicio público sino que lo complementan y amplían. En cuanto a los malvados explotadores, el razonamiento sería más sólido si incorporara la explotación que todo titular de un privilegio de limitación de la oferta ejerce sobre los demás ciudadanos.
Los jerarcas de Podemos están machacando con mensajes casi idénticos a los de los cabecillas del taxi, aptos especialmente para personas ofuscadas por la ideología, capaces de creerse semejantes camelos. Cuando los huelguistas pretenden suscitar aplausos por proclamar «luchamos contra la privatización del servicio público», no pocos observarán que están luchando por sus propios intereses, ocultándolos con una hipocresía análoga a la de sus disculpas a los madrileños por las molestias que les han causado.
El antiliberalismo cañí puede, por lo tanto, dejar de funcionar. Los ciudadanos pueden comprender que, al revés de lo que dice la ultraizquierda, la competencia del mercado no es «la ley del más fuerte» sino el respeto al usuario, y la imposición restrictiva de las Administraciones Públicas no es un generoso maná progresista, sino un recorte efectivo de derechos y libertades de los ciudadanos. Pueden comprender que la libertad no es «que no haya normas», y que las multinacionales no son un infierno empobrecedor y precarizador. Los mercados necesitan normas, mientras que la política a menudo es arbitraria. Por tanto, cuantas más multinacionales haya en los países, mayor es el empleo y el bienestar de la clase trabajadora. Y mayor la recaudación fiscal.
La alianza taxistas/Podemos es capaz de esgrimir advertencias lúgubres, como cuando anuncian que las malvadas empresas de VTC quieren constituir un monopolio, o que no favorecen el progreso tecnológico, o que son buitres que nos van a imponer su voluntad a la fuerza. Pueden decir y dicen todo eso y más. Pero los trabajadores también pueden ponerlo en duda, al ser falsedades palmarias, y retirarles aún más el apoyo tanto a los taxistas como a los ultraizquierdistas.
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