Opinión

Barcelona

Barcelona es, en estos momentos, una enorme oportunidad perdida. Hay pocas ciudades en Europa con una posición estratégica tan privilegiada y con una densidad cultural y económica tan extraordinaria. La capital catalana podría ser el gran puerto del Mediterráneo, un puente privilegiado entre Europa e Hispanoamérica, una cuna global de la innovación tecnológica y uno de los principales focos de la inversión extranjera.

Nuestra ciudad podría ser todo esto y más. Pero es solo una inercia, una herencia, una dorada decadencia. Quizá ni eso, porque solo los italianos saben hacer de la decadencia una bella dignidad. En nuestra tierra se ha instalado un aire de tristeza que contrasta con la energía y el impulso que uno palpa en otras ciudades españolas. A este tono de tristeza se refería precisamente el filósofo Bernard-Henri Levy, quien ha rememorado estos días la Barcelona abierta, creativa y mestiza que conoció años atrás.

Hemos pasado de capital de la literatura universal a referente global del populismo y del perroflautismo. La fiesta de los políticos la hemos pagado los ciudadanos. Hace unos días conocíamos los costes económicos que ha tenido para la Ciudad Condal la radicalización independentista. El año pasado la inversión extranjera cayó un 41% en Cataluña mientras aumentaba un 44% en la capital de España. ¡Menudo negocio, el Procés! Para los madrileños, claro. ¡Pero no cantéis victoria todavía, amigos madrileños! Los catalanes no vamos a entregar el mando tan fácilmente. Somos muchos los que no estamos dispuestos a resignarnos. No vamos a permitir que Barcelona se convierta en un mero parque temático de glorias pasadas. Estoy convencido que el próximo mes de mayo veremos en la Alcaldía de nuestra ciudad a una coalición de partidos constitucionalistas que volverán a hacer de Barcelona una capital global de la creatividad y del emprendimiento, que situarán de nuevo a Barcelona como vector internacional de energías culturales y económicas. En España, las elecciones municipales suelen tener un efecto cascada. En muchas ciudades, empezando por Barcelona, pueden darse coaliciones de gobierno que planten cara con firmeza al extremismo que nos rige desde la Generalitat. ¿Se imaginan un alcalde de Barcelona que desbaratara ante el mundo las trampas del Procés? ¿Se imaginan un verdadero contrapeso a la enclenque y desorientada Generalitat que padecemos? ¿Se imaginan a una coalición de gobierno que, de una vez por todas, favoreciera el desarrollo del enorme capital humano y social que hay en Barcelona? El constitucionalismo catalán está preparado para dar ese salto a lo largo y ancho de Cataluña. Eso sería el principio de cambios mayores. Porque el nacionalismo ha sido estos decenios una gran estructura de poder. Desde el poder, se ha generado la adhesión. Erosionado el poder, se desmayará el entusiasmo. O nacerán nuevos entusiasmos, porque los catalanes somos especialistas en acompasarnos al ritmo de los tiempos.