Opinión

Show de Truman en el Supremo

Vivir en la ficción es una manera de no desembocar en difunto por causas naturales. En la mentira nunca se muere. En «El show de Truman» todo se acabó cuando el protagonista descubre hasta qué punto era mortal. Junqueras supo ayer que en la realidad el mundo es muy diferente al que se había creado, primero en su despacho de la Generalitat, desde donde intentó un golpe de estado, y luego en la prisión, al cabo, una extensión de ese territorio fantástico en el que el independentismo piensa que es un dragón que se enfrenta a un tigre facha. Pero caerá la nieve sobre su tumba algún día, y sobre todos nosotros. O sea, la realidad era esto.

Vimos a doce personas mejor tratadas en el Supremo que la oposición en los días aciagos del Parlamento cuando Forcadell mandaba callar como si fuera Fidel Castro. ¿Se acuerda, Carme? No ponga ese gesto pánico de Jodie Foster en «El silencio de los corderos» porque Hannibal Lecter era su jefe. Fue aquella una lección de democracia que nunca olvidaremos. La república a la fuerza. Están los presos bien comidos y asistidos. Ningún rastro de martirio. En las patrias que le hacen la ola ya estarían desaparecidos. Esa dignidad soberanista mal digerida del tipo «Usted no sabe con quién está hablando» se desvanece ya hasta en los titulares de la BBC cuando habla ya del «autoexilio» de Puigdemont, tal vez el más ruin de los protagonistas de la película. Como si en el golpe del 23F se hubiera escapado Tejero y lo viéramos por televisión disfrutando en una mansión de lujo de Waterloo, de viaje a Alemania a pasar vergüenza en el Festival de Berlín. Puigdemont es un Tejero con flequillo en lugar de bigote.

Ahora al «show» le llegan las horas del aburrimiento, la muerte súbita. La terminología jurídica y las protestas, tan anodinas que parecían rosarios en manos de un anciano. Todo nos lo sabíamos ya. Fue un guión manido, como de culebrón danés. Y si dicen que lo de Colón fue un pinchazo, cómo habría que llamar al rufianesco lamento de banderas en las cercanías del tribunal. Eran los chicos de la tuna rondando un amor imposible. La Cataluña de los balcones estelados cupo en un piso patera. Ahí ya no entra ni un mediador. De ahí las elecciones que vienen. La televisión en directo ha delatado a los Truman. Y no estaban los dioses esperándolos, sino los demonios del averno, hombres serios con puñetas que mantuvieron las formas por más que las defensas cuestionaran su imparcialidad.