Opinión

La Constitución como hoja de ruta

Relator. Pocas palabras habían generado estos últimos años un brinco emocional tan fuerte en la sociedad española. En Societat Civil Catalana mantuvimos una posición muy clara desde el principio. Defendimos que el único relator válido era la Constitución y abogamos por un diálogo constructivo en el seno de las instituciones políticas (Congreso y Parlament), sin más intermediarios que los mecanismos previstos en nuestro marco constitucional. En este sentido, vale la pena detenernos un momento en lo que significa la Constitución para una sociedad democrática. La Constitución no es una ley eterna, un mazo castigador o un muro insalvable. Una Constitución pluralista y liberal es algo mucho más valioso: significa la posibilidad de la convivencia democrática y la garantía de las libertades civiles. Sin Carta Magna no hay democracia o libertad posible.

En una democracia, las leyes son, precisamente, la expresión de la libertad de los ciudadanos y su defensa frente a aquellos que quieren abolirlas. Romper unilateralmente este pacto fundacional implica abrir la puerta a la barbarie política. Al suprimir el derecho, la sociedad queda en manos del más fuerte. Quizá hoy podemos ser nosotros, pero mañana pueden ser los otros.

Hay una escena memorable en la película «Un hombre para la eternidad», sobre la vida de Tomás Moro. Indignado por la prudencia de Moro, un colaborador le espeta: ¿Pero tú darías al diablo el beneficio de la ley? Sin dudarlo, Moro contesta afirmativamente, porque «cuando hayas destruido la última ley, y el diablo dé la vuelta y vaya a por ti, ¿dónde te refugiarás?».

El Procés unilateral de independencia no ha sido sobre todo un ataque contra España. Ha sido una acometida inédita a las bases de la democracia liberal. ¿Y cuál es el camino para salir del laberinto? No hay otro que el marco constitucional. No hay atajos al Estado de Derecho. El manual de salida está en la propia letra de la Constitución. En primer lugar, en su aplicación, con firmeza democrática. La experiencia demuestra que esta firmeza no genera más tensión, sino al contrario estabilidad y tranquilidad social. Hay que cumplir y hacer cumplir la Constitución y hay que seguir los procedimientos establecidos para su hipotética reforma.

La salida del laberinto está en la letra de la Constitución. Pero también en su espíritu. Necesitamos recuperar aquel clima de profundo patriotismo que permitió a nuestros padres mirar juntos al futuro y construir creativamente un horizonte compartido. Solo hay salida si tenemos la voluntad de superar las diferencias a través de un proyecto común español, abierto y generoso, con acentos de concordia. Ojalá en la nueva legislatura lo logremos entre todos.