Opinión

'Metoo' a la francesa, el monstruo que habita en todos nosotros

Ando estos días dando vueltas a lo sucedido en Francia con todo este asunto de los periodistas despedidos por pertenecer a un grupo que hostigaba en redes sociales a compañeras de profesión. A modo de resumen rápido, por si alguien no sabe de qué hablo:

Acaba de salir a la luz la existencia del grupo llamado Ligue du LOL (acrónimo inglés utilizado en redes como carcajada), creado hace diez años en Facebook, a través del cual se coordinaban ataques organizados a otro usuarios, entre ellos algunas periodistas francesas. Este grupo estaba compuesto por casi una treintena de periodistas, publicistas y diseñadores, seis de los cuales han sido despedidos por esto. Vincent Glad, del diario Libération y fundador del mismo, y David Ducet, editor de la revista cultural Les Inrocks, están entre los que han perdido su trabajo. Lo que empezó como un espacio privado donde compartir bromas entre amigos (que tire la primera piedra quien tenga un perfil de facebook y no pertenezca a ningún grupo así) acabó convirtiéndose en una especie de centro neurálgico de una cáfila de ciberacosadores que se dedicaban a hostigar en grupo mediante montajes fotográficos, mensajes denigrantes, llamadas telefónicas que más tarde difundían e, incluso, amenazas de muerte o violación. Lo que viene siendo un se nos fue de las manos como un día de fiesta.

Sin pretender despojar a unos de responsabilidad ni a otras de sentirse afrentadas (y con toda la razón), creo que en este asunto del ciberacoso, tan a la orden del día, estamos poniendo el foco donde no toca. Creo que más que situarnos en un previsible cualquiera de nosotros puede ser acosado, el tema es que cualquiera de nosotros puede convertirse en un energúmeno capaz de acosar a otra persona. Y, lo que es más preocupante, sin ser consciente de ello. En este caso en concreto, el propio creador del grupo reconocía públicamente, tras pedir disculpas, que le avergonzaba leer algunos de sus propios tweets. Tenía la sensación de haber creado un monstruo que acabó fuera de control. No era consciente de en qué momento había pasado aquello de ser un mero divertimento a convertirse en una herramienta de asedio que llegó a ser una verdadera pesadilla para los que lo sufrieron

¿Que nos pasa, entonces, cuando nos relacionamos en redes sociales? La presencia de hombres y mujeres es casi la misma. Según el Estudio Anual de Redes Sociales de España de 2018, el 51% de los usuarios eran hombres y el 49% eran mujeres. Con una edad media de 38,4 años y con estudios superiores casi la mitad de ellos no parece, a priori, el perfil de ciudadano de quien esperaríamos recibir acoso. Tendemos a imaginarnos al ciberacosador como un varón blanco en camiseta de tirantes, rodeado de cajas de pizza y cascos de cerveza, con una mano en la bragueta y la otra en el teclado. Pero no. Si hacemos caso a las estadísticas (la de disgustos que me dan a mí las estadísticas, amigos) se parece más al educadísimo y encantador vecino del cuarto que siempre saluda. Mira tú por dónde. Igual que la mayoría de los que protagonizan las noticias de sucesos.

En este caso en concreto, este metoo a la francesa de mis desvelos, lo que a mí me llama mucho la atención es el especial hincapié que se hace en las víctimas femeninas (jóvenes twitteras y blogueras feministas, en su mayoría). ¿Somos las mujeres más proclives a ser acosadas en redes? Yo no lo tengo tan claro. El caso más grave de acoso que yo he vivido en mi entorno ha sido muy reciente y lo ha sufrido un amigo, un hombre blanco y hetero (a quién se le ocurre, con la que está cayendo) que recibió más de 1.000 amenazas de muerte que, en un momento dado, se hicieron extensibles a sus amigos cercanos. Quizás seamos nosotras más propensas a recibir fotos no solicitadas de genitales masculinos, incomprensiblemente exhibidos por sus dueños como si aquello fuera una invitación que no podremos declinar. Yo no lo llamaría acoso, lo llamaría impertinencia, y se soluciona fácilmente con un bloqueo irreversible. Si hay algo con lo que no puedo, de verdad, es con el mal gusto. También tengo que decir que los casos de acoso sufridos en mis carnes morenas han venido, la mayoría de las veces, por parte de mujeres. Y no ha sido para decirme precisamente “bonitos ojos tienes” ni para amenazarme con darme una voltereta en un callejón oscuro porque no pueden resistirse a mi insultante atractivo físico. Era más bien que sentían la necesidad imperiosa de hacerme saber que discrepaban con mis ideas. Y les parecía más apropiado hacerlo con insultos y amenazas en tropel que con un “mira, ven, que te comento una cosa”.

No es que quiera quitar importancia al ciberacoso, ni mucho menos, pero sí creo que no todo lo que nos incomoda entra dentro de esa categoría. Y no hablo de este caso en concreto, en el que considero que sí se ha cruzado el límite, aunque me parezca fuera de lugar que las consecuencias lleguen ahora, tanto tiempo después. Me parece que utilizamos ese término con demasiada ligereza. Una foto fuera de lugar, una palabra soez, un “ola k ase” demasiado insistente, puede ser un incordio muy molesto. Pero ser un torpe social no es delito. Todavía. Podemos hacerle saber al ciudadano en cuestión que nos importuna o, incluso, no permitirle la comunicación con nosotros a base de bloqueo. El insulto y la amenaza es otro cantar, claro. Convertir en una pesadilla el simple hecho de que alguien abra su perfil, minar su moral y seguridad en sí mismo a fuerza de mensajes insistentes y degradantes, de ataques personales y descalificaciones, eso sí es un acoso en toda regla. Pero, y aquí viene mi pero, no conseguiremos acabar con ello mientras sigamos pensando que nosotros estamos solo a un lado, en el bueno. Ni tampoco si no somos conscientes de que las redes sociales no son territorio comanche donde todo vale y donde las más elementales reglas de educación, civismo y decoro son diferentes.

Estoy convencida, sin conocerles en absoluto, de que todos los profesionales que pertenecían a la Ligue du LOL son personas absolutamente normales. Novios y maridos amantísimos con sus parejas, generosos y serviciales con sus familiares, educados y amabilísimos con sus vecinos y compañeros de trabajo. Personas como tú y como yo. Convencidos de que su opción política es la mejor y la más justa, capaces de razonar y argumentar con soltura e, incluso, pedir las cosas por favor y dar las gracias tras obtenerlas. Con sus principios y sus valores. Con sus amigos gays, veganos, rojos, fachas, animalistas, celíacos y pelirrojos. Pero que, cuando se sentaban delante de un ordenador, mutaban sin apenas darse cuenta y no dudaban en acosar, hostigar y amenazar a cualquiera por razones de sexo, raza, rasgos físicos, orientación sexual o ideología.

Y eso es lo realmente aterrador. Que el monstruo habita en nosotros ahora y en cualquier momento.