Opinión
Elogio del «happening»
Escuchaba a ex consejero de Empresa, Santi Vila y recordaba las recetas de esos empresarios que tratan de intermediar entre la ley y el golpe. Con la no tan secreta intención de mantener operativo un statu quo del que han vivido a costa de los dos millones de catalanes no independentistas. «¿Qué nos pasó?», preguntó Vila. Pues que «lo que habíamos acordado discretamente, que lo que habíamos acordado sin publicidad, el clima de desconfianza, la tensión exterior era tan fuerte que al día siguiente se torció». Hablaba de las supuestas elecciones pactadas con el todavía presidente de la Generalidad, Puigdemont.
Del instante supremo en el que el hoy trasunto de Clemente Domínguez, Cocomocho en Waterloo, ignora los supuestos compromisos alcanzados con los interlocutores del gobierno y acelera en pos de la independencia. Había que ser soso para aceptar unos comicios, que encima ganaría Ciudadanos, cuando a la vuelta del calendario esperaba Zion. A Vila hay que reconocerle que dimitiese 24 horas antes de la Declaración Unilateral de Independencia de Cataluña, la mítica DUI. Sobre todo que haya discutido el mito según el cual el gobierno presidido por Rajoy no quiso dialogar. Cuando el gallego había llegado a ponerse al teléfono con un cómico del programa de Radio Flaixbac «El matí i la mare que el va parir» que decía ser Puigdemont. «Yo creo que el lunes 25 le puedo llamar», comentaba Rajoy, «y según cómo estemos, si hay investidura, si no la hay... ya fijamos una fecha. Yo tengo la agenda muy libre, con lo cual la podemos fijar en 24-48 horas». Dice Vila que «pese a que [Rajoy] mantuvo en todo momento vías de diálogo abiertas, ni supo ni supimos crear las condiciones adecuadas para llegar a un acuerdo». La amenaza de la DIU, las leyes de desconexión y transitoriedad, las advertencias y requerimientos de los tribunales, trinchados a un corcho como las raras mariposas que deletiaban a Nabokov, la ocupación de los colegios, la elaboración del censo ilegal, la impresión de las papeletas, el juego del ratón y el gato con las unidades contra el delito informático de la Guardia Civil, las instrucciones a los Mossos, la destrucción de los coches patrulla, las trabas de todo tipo contra el despliegue de los antidisturbios y, last but not least, la dilatada tradición de razzias contra la disidencia antinacionalista, incluidas ataques contra las sedes de otros partidos y amenazas y agresiones contra políticos, periodistas y jueces, todo, sabe usted, fue una mascarada. Una juerga. Una insurrección hipotética. Un refinado enredo en defensa de «una idea». Cuya consecución no niego yo, señoría, que implicaba «tensar un poco la cuerda». Al lado de la parla serena y estupefacta del sensato Vila, resumen de la bipolaridad del buen catalanista, la intervención de Jordi Sànchez, ex presidente de la Asociación Nacional Catalana, marcaba el regreso a los extraños mundos de quienes se creyeron autorizados para montar un happening que arrancando como una serie de provocaciones bien meditadas casi nos cuesta la democracia.
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