Opinión
La capital orwelliana del general Al Sisi
Marc Español. El Cairo.
Vuelven los tiempos del faraón. El presidente egipcio traza una urbe tecnológica en medio a 35 kilómetros al este del Cairo inundada de cámaras de vigilancia para reforzar el control de su población. Más de 150.000 trabajadores ultiman la primera fase del gigantesco proyecto urbanístico que tiene un coste inicial de 25.000 millones. Los trabajos coinciden con el debate de la reforma constitucional que planea perpetuar al jefe del Estado hasta 2034.
Avanzando por el desierto que se abre paso hacia el este de El Cairo en dirección a la ciudad costera de Ain Sokhna, en el mar Rojo, parece como si los espejismos se sucedieran uno detrás del otro.
Primero, una
colosal y esbelta mezquita blanca se erige en medio de la nada. Al cabo de unos
quilómetros, una catedral modesta pero formidable hace lo propio. Y cerrando la
secuencia, un gigantesco y lujoso hotel se levanta en el páramo. Entre medio,
poco más que edificios a medio construir, postes de electricidad y dunas bajas.
Basta con fijarse en los carteles que despuntan en la carretera para darse cuenta, sin embargo, de que esos edificios no son ninguna fantasía, más bien lo contrario. Forman parte del proyecto más ambicioso en el que se encuentra inmerso el régimen del ex jefe del Ejército y actual presidente egipcio, Abdel Fatah Al Sisi. La nueva capital del Estado más poblado en el mundo árabe.
El proyecto sobre la construcción de una capital a la medida del general saltó en marzo de 2015 durante una conferencia económica que nada tenía que ver con el urbanismo. Fue allí que el entonces ministro de Vivienda y actual primer ministro de Egipto, Mostafá Madbouly, anunció que el Gobierno había tomado la decisión unilateral de construir una nueva capital de 714 kilómetros cuadrados en medio del desierto, 35 kilómetros al este del Cairo y a unos 60 de la estratégica ciudad de Suez.
La nueva urbe promete ser el súmmum de la funcionalidad, y por este motivo se ha diseñado en distritos temáticos que eviten la diversidad y espontaneidad que caracteriza muchos barrios de El Cairo. A ojos del régimen, cuanto más controlado esté todo y cuanto menos espacio haya para la improvisación, mejor.
Como parte de este empeño, las autoridades insisten en que la nueva ciudad será la primera 2.0 del país. El control inteligente del tráfico, la gestión inteligente de recursos, las casas inteligentes o borrar el dinero en metálico del mapa son algunas de sus apuestas.
“Vamos un poco tarde [en este tema], pero al menos hemos empezado”, señala a La RazónKhaled El Husseiny, portavoz de la Nueva Capital Administrativa para el Desarrollo Urbano (ACUD), la empresa a cargo del proyecto.
Quien no va a quedar al margen de esta revolución tecnológica es el propio régimen, que ya ha reconocido en varias ocasiones que va a inundar todas las calles de la nueva urbe con cámaras de vigilancia que se encargarán de controlar cada detalle de la orwelliana ciudad.
Por ahora, debido a la extensión del proyecto, solo se construye la primera fase de un total de tres. Será sin embargo en estos 168 kilómetros cuadrados iniciales donde descansará el corazón de la urbe: los distritos de gobierno, diplomático y financiero, el palacio presidencial, y, justo en las afueras, un gigantesco complejo militar de 80 kilómetros cuadraros.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, la futura capital promete romper varios récords. Su distrito de negocios contará con la torre más alta de África; su ciudad de la cultura y las artes alojará la mayor ópera de Oriente Medio; en los márgenes de la urbe yacen la mezquita con más capacidad de Egipto y la catedral más grande de Oriente Medio; y en el centro de la ciudad, imitando a lo largo de 10 kilómetros el paso del Nilo por El Cairo, se plantará un río verde dos veces más extenso que el Central Park de Nueva York.
“Nosotros
también tenemos derecho a soñar”, defiende El Husseiny.
Como suele ser tradición en el país de los faraones, cómo se está financiando exactamente el proyecto y cuál es el rol real del Ejército son hasta cierto punto un misterio. Sobre papel, la nueva ciudad no recibe dinero de los presupuestos oficiales del Estado y se paga con los fondos generados por la venta anticipada del terreno, y las filas castrenses se limitan a supervisar la ejecución del plan. Sin embargo, el Ministerio de Vivienda participa en un 49% de la empresa encargada de llevar a cabo el proyecto, y el Gobierno sí que asume el coste de algunas partes de la ciudad, como el distrito gubernamental. Asimismo, los militares controlan el 51% restante de la anterior empresa, y aunque a priori no construyen nada, son los promotores de algunas zonas y resulta difícil imaginar que su vasto imperio económico no se beneficie, aunque sea indirectamente, de unas obras de tal envergadura.
“Nosotros [solo] aseguramos que la nueva capital acabe a tiempo”, se limita a admitir a La Razón el General Mayor Mohammed Abdul Latif, gerente de ACUD.
A pesar de las afirmaciones de Abdul Latif, tampoco está claro cuándo se terminará la primera fase del proyecto, que tiene un coste de entre 20.000 y 25.000 millones de dólares. A finales del año pasado, las autoridades apuntaban hacia 2021, pero recientemente han empezado a tantear la fecha de 2024. Sea cual sea, su intención es que el Parlamento, los ministerios y el presidente se trasladen cuanto antes (puede que en algún punto de 2020), y por ello un Ejército de entre 150.000 y 200.000 obreros trabaja a diario en el lugar.
“Necesitamos urgentemente la nueva capital”, sostiene El Husseiny. “El Cairo está superpoblada, hay mucho tráfico y la infraestructura ya no es útil para sus ciudadanos”, detalla, en un intento de justificar las faraónicas obras.
De acuerdo con las cifras oficiales, la nueva capital debería contar, cuando se haya construido en su totalidad, con seis millones y medio de habitantes y 1.750.000 empleos.
La viabilidad
de estas cifras resulta muy cuestionable.
En primer lugar, no se sabe cuándo arrancarán la segunda y tercera fase del proyecto, que es donde se deberían levantar la mayoría de barrios residenciales, y muchos temen que esas partes nunca se construirán. Además, incluso El Husseiny reconoce a estas alturas que si se lograsen “tres o cuatro [millones de habitantes], ya estaría bien”.
En el hipotético caso de que toda la ciudad llegase a construirse, las posibilidades de que un número significativo de egipcios se mude hasta allí son bajas, como demuestran las cuatro décadas de experiencia que tiene Egipto en fracasar a la hora de construir nuevas ciudades para descongestionar El Cairo.
Tal y como recoge un documento sobre la población de las nuevas ciudades de Egipto al que ha tenido acceso La Razón, las cuatro principales nuevas urbes que el país árabe ha construido alrededor de El Cairo (6 de Octubre, Nuevo Cairo, 10 de Ramadán y al Obour) desde los años setenta, acogían en 2017 un total de 995.700 habitantes. La aspiración de la Autoridad para las Nuevas Comunidades Urbanas (NUCA), la agencia que se encuentra detrás de las nuevas ciudades – incluida la futura capital – era inicialmente de 14 millones de habitantes, lo que supone que solo han cumplido entorno al 7% de su objetivo.
“La nueva capital no va a ser diferente”, anticipa a La Razónel reputado urbanista David Sims, que cuenta con una dilatada trayectoria en Egipto. “De hecho, ni siquiera hay ningún intento de tener vivienda asequible, [así que] de ninguna manera”, achaca.
Como constata Sims, la cifra de potenciales habitantes en la nueva capital esgrimida por las autoridades resulta aún más inconsistente si se tiene en cuenta que en la primera fase en curso no habrá vivienda social, ya que entorno el 60% de los egipcios viven por debajo o al límite del umbral de la pobreza, según expertos en el sector.
“Hay que ser
honestos, la gente pobre no va a poderse pagar un apartamento [en la nueva
capital]”, admite incluso El Husseiny.
Si los pronósticos de las autoridades igualmente se cumplieran, los números seguirían sin encajar. Con una población de 24 millones de habitantes, el Gran Cairo está previsto que crezca en los próximos diez años en cinco millones de personas. En ese lapso de tiempo, 1.680.000 jóvenes habrán entrado en la edad de trabajar (sin contar con los que paulatinamente emigran de otras partes del país). La nueva urbe apenas tendría capacidad para absorber ese aumento, y aún le quedarían años y años de construcción por delante.
El búnker del régimen
Dada la
fragilidad de la versión oficial para justificar la nueva capital, muchos
egipcios apuntan que su principal objetivo se encuentra en otro lugar.
“La nueva capital solo se construye con la lógica de aportar seguridad al nuevo régimen”, considera la antropóloga urbana Omnia Khalil en declaraciones a este medio. “No quieren que la gente tenga acceso al nuevo Ministerio de Defensa, ni a los nuevos edificios de la Administración, ni a sus rascacielos”, agrega.
Mientras el ejército de obreros trabaja de sol a sol en medio del desierto para hacer las delicias del régimen, el Parlamento del país hace lo propio desde principios de febrero con una batería de enmiendas constitucionales que han levantado mucha polémica porque prometen transformar el actual orden político en Egipto.
Las implicaciones más evidentes de estos cambios serían que los términos presidenciales se ampliarían de cuatro años a seis, y aunque el límite de dos mandatos se mantendría, un artículo transicional permitiría a Al Sisi presentarse en las siguientes dos elecciones, lo que le facilitaría cimentarse en el poder como mínimo hasta 2034. Además, las Fuerzas Armadas serán reconocidas como las “guardianas” de la Constitución y la democracia.
“No hay ningún motivo para introducir estas enmiendas a menos que estén diseñadas para mantener a Al Sisi en el poder hasta sus 80 años y contar con el apoyo del Ejército para ello, concediéndole a los militares más poderes políticos”, interpreta a La Razón Amy Hawthorne, subdirectora de investigación en el Proyecto sobre la Democracia en Oriente Medio (POMED).
Para los seguidores de Al Sisi, modificar la Constitución le dará al rais más poder y más tiempo para continuar con sus reformas económicas y mantener la estabilidad en un país donde muchos han temido seguir los pasos de estados vecinos como Libia, Siria y Yemen.
Aunque ha recibido menos atención, los cambios constitucionales también transformarán radicalmente el poder judicial, que pasará a ser mucho más dependiente del ejecutivo.
“Básicamente, [las enmiendas] erosionarían los pequeños pero significativos avances que se han logrado en materia de liberalización del sistema político desde Sadat [Presidente del país en los setenta]”, sugiere Hawthorne, que apunta que ello “conduciría a Egipto de nuevo a una dictadura donde no hay instituciones independientes más allá de la presidencia”.
El borrador de
las enmiendas fue aprobado por el Parlamento egipcio el pasado 14 de febrero.
Ahora el legislativo se encargará de debatir en detalle los cambios, antes de
dar su visto bueno definitivo en un plazo de dos meses. Cuando eso ocurra, será
el momento de celebrar un referéndum, que se especula que podría tener lugar a
principios de mayo.
El establecimiento de ese nuevo orden político coincidiría casi a la perfección con el establecimiento de una nueva capital alejada de los grandes centros de población.
“[La nueva capital] parece una locura, y es por eso que el proyecto refleja exactamente la personalidad de Al Sisi, un líder déspota y no transparente”, critica Hassan Nafaa, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, en declaraciones a La Razón.
Para Nafaa, sin
embargo, el hecho de que las condiciones de vida para la mayoría de los
egipcios sigan empeorando provoca que, por mucho que se modifiquen las reglas
del juego, la situación pueda acabarse girando en contra del régimen.
“Hay un problema de prioridades”, considera el profesor, “[ya que] después de cinco años de estancamiento económico y de crisis social y política, este no era el momento para construir un proyecto enorme”. “Incluso si buscan hacer una exhibición acabará siendo negativo, porque en la mente de la gente, si has podido construir un proyecto de este tipo, ¿por qué elegiste este en particular, que no mejora ni la economía, ni la industria, ni la infraestructura de Egipto?” nota Nafaa, que concluye: “Si haces cosas que no mejoran el nivel de vida de las personas, un proyecto así va a ser incluso más contraproducente”.
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