Opinión

La justicia debe ser ciega pero no muda

Al final los españoles vamos a acabar sintiendo que el Tribunal Supremo es una extensión de nuestro domicilio. Cada noche, a través del informativo, corremos los visillos y nos asomamos al Salón de Plenos. La majestuosidad de la sala, la disposición de los actores y los símbolos que los encuadran recuerdan una y otra vez aquello que los líderes independentistas no quisieron ver: el Estado de Derecho no es una broma y la democracia constitucional no es un juego. Un Estado es algo muy serio.

Un Estado es la decantación de muchos siglos de historia. Un Estado democrático es la estructura de nuestra convivencia y de nuestra libertad. Y con eso no se juega. El presidente de la Sala, Manuel Marchena, está dirigiendo el juicio con esmerada prudencia. Hace muy bien. Hay que desactivar todos los resortes del victimismo, que es el género preferido de los nacionalistas. Por eso ha sido una decisión muy acertada abrir la señal del juicio a todos los medios, nacionales e internacionales. La coartada ha sido desmontada a priori. Si en este juicio hubiera algo que esconder, si la sentencia estuviera ya preconcebida, si todo fuera un mero attrezo, ¿alguien cree que se emitiría con total transparencia a todo el mundo? Ahora es el momento de que todos expongan sus razones y sus argumentos.

Tras tantos meses de polémicas, es hora de que emerja la verdad. Un juicio tiene algo de mayéutica, de ese arte socrático de ir desentrañando la verdad a través del diálogo, de las preguntas y las respuestas. Que argumenten las acusaciones. Que repliquen las defensas. Y que falle el Tribunal. No tengo ninguna duda de que los siete Magistrados, que se saben mirados por todos, dictarán con exquisita justicia. Ya dijo el abogado de Joaquim Forn que era un tribunal de reconocida solvencia. Siguiendo las sesiones, queda claro que todos hablan para la sala. Pero no solo para la sala. Muchas veces se dirigen a la opinión pública, nacional e internacional. Y aquí es donde los independentistas, una vez más, vuelven a tomar la delantera. El Procés ha sido una gran estrategia de propaganda, y el juicio es un momento más de ese objetivo.

¿Por qué solo los independentistas han hecho documentales alrededor del juicio? ¿Por qué los constitucionalistas no nos tomamos en serio que, en el siglo XXI, las batallas se ganan y se pierden en el relato? Y todavía me pregunto otra cosa, que no deja de asombrarme. ¿Cómo es posible que el Supremo no tenga un portavoz y que nuestro sistema judicial no tenga una potente política comunicativa nacional e internacional?

Alguien podría argumentar que la misión de la justicia no es explicarse. ¿Por qué no puede la justicia, por qué no puede la fiscalía, explicarse de forma habitual y fluida? Siempre nos enseñaron que la justicia debía ser ciega. Pero nadie nos dijo que en pleno siglo XXI debía ser muda.