Opinión
Gaby Rufián
Cada época tiene su payaso. En mi infancia, Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. Ahora hemos de agradecer a Gaby Rufián que se exprese como un gañán ante los tribunales, porque nos da mucha risa y eso es súper sano. Ha reconocido en el juicio que no tiene «ni pajolera idea de cuál era la hoja de ruta del 1 de Octubre» y que, el día del cerco a la Consejería de Hacienda, se fue a merendar. La razón de una y otra cosa es que allí, en el procés, ni pincha ni corta.
El papel de Rufián es exactamente el de mamporrero del nacionalismo: demostrar con su ruda presencia que el castellano no es perseguido en Cataluña, cosa que todos sabemos que es mentira, porque a todos nos han afeado el español allí alguna vez, cuando hemos caído en garras de nacionalistas. A mis hijos, por ejemplo, solían llamarlos «fachas» en nuestras vacaciones en Gerona, cuando tenían doce y trece años.
De la misma manera que el bufón solía ser tullido o corto de entendederas, el régimen del apartheid catalán la goza con este castellano parlante que parece un quincallero. Triste perfil para la lengua de Cervantes y para tantos inmigrantes que han levantado Cataluña junto con la pericia y la capacidad de trabajo de los naturales.
Qué burro es. Se fue a merendar, dice. El día del acoso a la funcionaria y a la guardia civil. Claro, que no tiene estudios ni se le conoce carrera laboral al pobre pelele. Me tiene loca.
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