Opinión
Ciudadanos, entre España y la libertad
La llegada de Sánchez a la Moncloa obligó a Albert Rivera a apearse de su ilusión de inaugurar la segunda etapa, regenerada o regeneracionista, del régimen del 78. Estaban por llegar cosas aún peores. La irrupción de Vox y la renovación del Partido Popular han acabado con las inseguridades y los miedos que provocaba la palabra España en el centro derecha. Por la izquierda, en cambio, el PSOE, que ha gobernado gracias a los votos de separatistas y nacionalistas, ha ahondado más y más en la hispanofobia que lo caracteriza. Así que Ciudadanos, de pronto, se ha visto obligado a delimitar con claridad su propio espacio político.
De ahí el compromiso de no pactar con el PSOE después de las elecciones de abril. Ha sido también la forma de cerrar la vía de agua que se le había abierto a su derecha, ahora que ya no es el único partido en afirmar la vigencia de la nación española. (Tampoco lo era antes, pero el refugio en la tecnocracia y lo institucional del PP permitía muchas licencias).
Claro que de inmediato se le ha abierto un boquete en el otro flanco. Bajo la batuta de Rivera, Ciudadanos abandonó la socialdemocracia para proclamarse adepto al liberalismo. Un liberalismo que se aleja del liberalismo clásico, que preconizaba una cierta contención del Estado y los gobiernos en los asuntos económicos y morales, para aproximarse al progresismo, como si el significado del término «liberal» que es común en Estados Unidos se hubiera mudado a este lado del Atlántico.
Se abre así un espacio prometedor, que parece venir a anclar a Ciudadanos allí donde siempre quiso estar; una izquierda moderna y, frente a las fantasías excluyentes de los nacionalistas, nacional: nacional española. Ahora bien, aquí las cosas se le complican porque el progresismo (o el liberal progresismo) conlleva también unas cuantas hipotecas ideológicas, entre ellas, la desconfianza hacia cualquier afirmación demasiado consistente de lo nacional. Los progresistas se inclinan a lo postnacional y no distinguen bien entre patriotismo y nacionalismo. Las banderas les ponen nerviosos, aún más la de España y mucho más el despliegue de la reunión de Colón. En esto la socialdemocracia –la europea, no lo que así se suele denominar en nuestro país– era muy distinta y comprendía con naturalidad lo que es el patriotismo.
Así que Ciudadanos ha empezado a recibir críticas de sus nuevos amigos, los liberales progresistas, o progres. Así lo demuestra un artículo reciente de «The Economist», biblia del progresismo, que llama «sectario» a Rivera por haber roto con el PSOE, y algún otro de El País, en la misma línea, que le conmina a elegir entre el «programa de Garicano», epítome del nuevo liberalismo, y la «foto de Colón».
Del otro lado, las críticas van en sentido contrario. En vista de la escogida antipatía que en Ciudadanos dedican a Vox y a sus seguidores, a estos les ha faltado tiempo para tacharlos de tibios y de... acomplejados. El mismo reproche que en Ciudadanos se hacía antaño al PP. A esto se añade al estilo postmoderno, urbanita y pluriculturalista –«bobo», por «bohemian» y «bourgeois»–, en Estados Unidos y en Francia del que hacen gala los progresistas, también los de Ciudadanos. El remate lo ha dado la salida de Cataluña de Arrimadas y Girauta, interpretada como una espantada justo en el momento en el que más necesarios eran en su comunidad de origen. Cs se enfrenta por tanto a una situación nueva: conjugar de una forma original y convincente los dos términos, España y libertad, que siguen siendo su razón de ser.
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