Opinión

El siglo, en femenino

Los hombres y las mujeres de mi generación fuimos educados en colegios separados por sexos. La enseñanza mixta era entonces escasa y hasta mal considerada. Tal vez por ello, a tantos varones de mi generación les costó entender que en el mundo existían las mujeres con un potencial autónomo. Que no solo constituían el sublime objeto del deseo masculino, aunque también. Las mujeres no se verían como competencia laboral hasta fechas relativamente recientes. Recuerdo el revuelo de una obra de Miguel Mihura, Sublime decisión, estrenada en 1955, que abordaba con su ironía de costumbre el desconcierto que provocaba una joven y experta mecanógrafa, decidida a trabajar en una oficina. A mediados de siglo, las mujeres comenzaban a estar presentes en determinados espacios de las universidades españolas. La incorporación femenina al mundo laboral fue un paso decisivo, aunque en un primer momento generó muchas suspicacias y, por lo general, un tratamiento insoportablemente paternalista. El proceso de emancipación se había iniciado en Inglaterra y en Estados Unidos durante la guerra de 1914, cuando los campos, las fábricas y los talleres quedaron vacíos y las mujeres demostraron poder ocupar su lugar.

Tal vez porque elegí los estudios de Letras me produjo cierta sorpresa descubrir que en las aulas universitarias y en especial en los primeros años de Comunes, la mayor parte de estudiantes eran mujeres. La presencia masculina resultaba poco menos que presencial, aunque muy apreciada por el profesorado, naturalmente todo él masculino. Sin embargo, reconozco que para mí la incomodidad en las aulas fue menor que la experimentada por otros compañeros porque en mi vida hasta entonces siempre había estado rodeado de mujeres. Mi padre era sastre y en su taller ellas dominaban. Allí pude apreciar cualidades que siempre he valorado en las mujeres. Por ejemplo, una inteligencia matizada por la intuición y la sensibilidad. Nada que ver con el tópico, tan extendido entonces, de los cabellos largos y las ideas cortas. Ahora tenemos claro que eso forma parte de una ideología machista que no solo consiste en ejercer la violencia o en los abusos derivados de un descontrol de testosterona. Ha estado incorporado en muchos comportamientos de los que no hemos sido conscientes. Se nos había infiltrado desde la infancia, en múltiples registros.

A las nuevas generaciones les corresponde que los cambios que ahora comprendemos como necesarios se lleven a la práctica. Los cambios nunca resultan sencillos y mucho menos cuando suponen una pérdida de privilegios consolidados por siglos de una tradición cultural que vio a las mujeres desde una posición de injusta superioridad. Llegó la hora del feminismo, de cambios sociales y culturales que son impostergables y algunos de ellos están significando ya una profunda transformación de la vida familiar y doméstica. También del espacio público. La mayor parte de las formaciones políticas están apoyando el feminismo y las organizaciones feministas que van a salir a la calle hoy viernes. Algunas opciones, como el feminismo liberal, intento de no perder el tren de los tiempos sin renunciar a una visión católica y conservadora de la vida son todavía una incógnita. Pero, sea como sea, el universo masculino está obligado a acompañar esos cambios que ya son realidad con la misma lealtad que las mujeres mantuvieron hacia nosotros en el pasado. Lo contrario sería un grave error. De modo que convendrá cambiar horarios y adaptarlos a las nuevas necesidades familiares, tantas veces unifamiliares, compartir las tareas domésticas –cuántos hombres no presumieron en el pasado de no haber puesto un cazo de agua al fuego en su vida– y en definitiva adaptarse a los nuevos tiempos. Y esperemos que mejores tiempos.

La sociedad de hoy tiene muy poco que ver con la de mi juventud. ¿Eso es bueno? ¿Es malo? La conciencia generacional siempre tiene un poso de nostalgia. Pero no puede haberla en el caso que nos ocupa. No hay nostalgia hacia un pasado mejor para las mujeres, porque no lo fue. Ahora están ocupando espacios claves en la enseñanza, la medicina, la investigación, la judicatura y en el difícil mundo de los negocios. Pero no logran alcanzar aquellos puestos de responsabilidad donde se toman las decisiones fundamentales. Consecuencia de la falta de porosidad de un capitalismo salvaje, reacio a los cambios estructurales. Porque es aquí, precisamente, en el mundo del capitalismo, donde las mujeres podrían tener, por su sensibilidad y sentido de la economía financiera, un gran papel. El mundo en que vivimos tiene algo de muy áspero y habría además que dulcificarlo y potenciar el consenso. Las mujeres no tienen gran experiencia bélica, nunca estuvieron en un campo de batalla tradicional. Eso les da una ventaja excepcional. Han recorrido miles de años sin apenas derramar sangre. Solo esta idea ya nos lleva a pensar que las mujeres deberían tener su oportunidad política. Pero para ello deberán seducir a los hombres hacia objetivos compartidos. Tal vez este sería el mejor de los mundos posibles.