Opinión
Contra el feminismo ensimismado
Asisto asombrada a la convocatoria de una huelga impulsada desde el Gobierno, ciertas instituciones y hasta empresas privadas. Estamos ante un paro posmoderno en el que lo importante es parar, el gesto, la protesta, y en absoluto el resultado. No se trata de impulsar reformas concretas sobre el aborto o la brecha salarial, el único objetivo es obligar a un consenso, homogeneizar el discurso. Son signos inequívocos de que nos encontramos ante una guerra cultural.
La vicepresidenta Carmen Calvo ha dicho que el feminismo no es una amenaza para nadie. Es una excusatio non petita de libro. Claro que hay gente que se siente amenazada, pero no por el feminismo en general, sino por un discurso feminista dogmático que representa, mejor que nadie, la propia Calvo. Muy resumidamente, este discurso asegura que el mal existe y debemos llamarlo heteropatriarcado. Este mal es metafísico, no tiene una definición concreta que permita demostrar si existe o no existe. ¿Cuándo sabremos que lo hemos vencido? Cuando alcancemos la auténtica igualdad, que lo justifica todo. Mientras la desigualdad persista maldeciremos al vil heteropatriarcado y convocaremos otra huelga. Cualquier cosa menos mirar los hechos y analizar las leyes.
Este feminismo que se quiere hegemónico y oficial funciona demasiadas veces como un culto religioso que reparte bulas y excomuniones. El resultado ha sido que una parte importante de la sociedad ha decidido oponer otro feminismo o bien una visión posfeminista, según la cual ya hemos llegado al mejor de los mundos posibles y en todo caso el peligro está en pasarse de frenada y cambiar una opresión por otra. Este es el debate en el que estamos, por llamarlo de alguna manera. En realidad es sólo otra batalla por la superioridad moral. De momento, no se le ve el final ni el ganador.
Creo que el asunto se enconó cuando la cuestión dejó de ser la libertad de las mujeres y pasó a ser exclusivamente la igualdad. Mi liberalismo es compatible con políticas públicas destinadas a fomentar la igualdad allí donde no surge de forma natural. Pero el objetivo siempre fue que las mujeres disfrutaran de una libertad que durante mucho tiempo les fue vedada. Se trataría de observar la realidad y analizarla para saber qué falla y qué se puede hacer. Por ejemplo, respecto a la brecha salarial, sería hora de aceptar que está profundamente vinculada a la maternidad. Asumido esto, deberíamos preguntarnos cómo crear las condiciones para que las mujeres tomen sus decisiones laborales con libertad. Pero no deberíamos esperar que con los cambios las mujeres se comporten exactamente igual que los hombres. Repito: lo importante es la libertad.
Si asumiéramos este principio, podríamos hablar de políticas concretas para nuestras sociedades, ponerlas en práctica y analizar sus resultados. Sería la forma racional de actuar. Y tendría otra ventaja indudable: podríamos hablar de la situación de las mujeres en otros países y en otras regiones. Las guerras culturales siempre son guerras civiles. El país queda ensimismado. Resulta paradójico cuando se discute sobre unos valores que se quieren universales, que tienen base en los Derechos Humanos. Parece operar una suerte de disonancia cognitiva que pudo observarse en una reciente entrevista a la actriz Rosy Rodríguez. Cuando dijo que en su casa mandaban los hombres y dio las gracias a su marido por permitirle rodar una película, los entrevistadores casi aplaudieron. ¿El motivo? Que la actriz es gitana. El relativismo cultural puede ser la tumba de la izquierda.
A mí, en cambio, me gustaría que este 8 de marzo pusiéramos el foco en países como Irán, donde despunta la revolución más bella del mundo: mujeres sin apenas derechos, verdaderamente sometidas por un patriarcado religioso muy real, suben a las redes sociales los vídeos en los que se quitan el velo y enseñan su cabello. Otras aparecen bailando y cantando. Por desgracia, reciben muy escasa atención desde Europa, igual que ocurre con las mujeres de Arabia Saudí. La Unión ha ejercido y ejerce su influencia para que los gigantes tecnológicos no empleen prácticas anticompetitivas, no evadan impuestos o se comprometan en la lucha contra la desinformación. Pero deberíamos usar esa misma influencia para que Google impida la utilización de la app creada por el gobierno saudí para someter a las mujeres a la tutela del varón. Si los europeos no damos esa batalla nadie la va a dar.
Este año, el Día Internacional de la Mujer está orientado hacia la participación política. Según los datos de la ONU, es algo en lo que se ha avanzado mucho, en especial en África (Ruanda es el país del mundo con más mujeres representantes). Pero una condición previa para que haya participación política es que se reconozcan los derechos civiles. ¿Cómo es posible que no podamos ponernos de acuerdo en esto? ¿Por qué somos incapaces de encontrar un suelo común que nos comprometa en una agenda de influencia y presión a favor de las mujeres que más lo necesitan? No nos engañemos, si no nos preocupa el sometimiento que sufren las iraníes o las saudíes es que en realidad el feminismo no es una lucha por las mujeres. Es sólo una lucha por la superioridad moral.
* Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE). Es autora de Eres liberal y no lo sabes (Deusto).
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