Opinión

El estado del “procés”

En pocos días hemos tenido un resumen significativo de lo que ha sido el Procés. Hemos pasado de la euforia del independentismo ante la República inminente a la euforia porque Puigdemont pudo entrar, a hurtadillas, a pasear por una exposición fotográfica en el Parlamento europeo. De prometer y tocar el cielo del nuevo Estado independiente a celebrar gestos nimios sin más trascendencia que el consumo interno. En esto ha quedado la República catalana. En definitiva, estamos asistiendo al desmoronamiento del Procés en los términos unilaterales que se había planteado. Nuestra democracia constitucional ha sido lenta. Nuestra España ha reaccionado con excesiva parsimonia. Pero el golpe a la democracia ha sido desarticulado. Los propios líderes independentistas se han bajado del tren republicano en marcha.

El 27 de octubre de 2017, tras una agónica votación, Forcadell leía una declaración parlamentaria en la que afirmaba que «nosotros, representantes democráticos del pueblo de Cataluña... constituimos la República catalana como Estado independiente y soberano». Esta pasada semana afirmaba que lo que se aprobaron fueron «dos propuestas de resolución y se leyó un preámbulo que era una declaración política sin consecuencias jurídicas». Los ciudadanos de Cataluña estamos atónitos ante tantísima irresponsabilidad. Tras tensionar al límite a la sociedad catalana durante cinco años, tras promover un clima insurreccional, tras empujar a la calle a millones de personas el 1 de octubre, tras desobedecer al Tribunal Constitucional, tras declarar la independencia en el propio Parlament, tras la fuga de miles de empresas, los líderes independentistas llevan tiempo afirmando que todo fue un «farol». Ante estas declaraciones, ¿cómo es posible que los cientos de miles de catalanes que creyeron en la República no salten de indignación? ¿Cómo pueden unos líderes tan irresponsables seguir contando con el favor de tantos cientos de miles catalanes? Sólo hay una explicación posible: una parte notable de los catalanes sigue bajo una ola de emocionalidad tan fuerte que tiene dificultades serias para percibir con exactitud la realidad. El independentismo ya no es fundamentalmente un proyecto político. Es un bloque de adscripción emocional.

Por eso, una vez terminada la lógica electoral, serán necesarias dos estrategias principales. En primer lugar, una estrategia de amortiguación emocional, que permita que la racionalidad política se imponga. En segundo, una pedagogía constante que recuerde la enorme irresponsabilidad de los líderes separatistas. Una pedagogía permanente que facilite que la mayoría de catalanes percibamos los años del Procés como un tiempo negro y tóxico de nuestra historia colectiva. Cuando se vaya consolidando esta conciencia en la sociedad catalana será posible un nuevo renacimiento para Cataluña.