Opinión

En el Coliseo

El PP propone blindar la identidad de las mujeres cuando den a sus hijos en adopción. Una medida que englobaría a las personas inmigrantes en situación irregular. Con lo que no sería posible tramitar un posible expediente de expulsión mientras dura el papeleo legal con el niño. Inmediatamente corrió el bulo de que Casado ofrece unos meses de prórroga en España a cambio de bebés. El PP responde que se trata de que las mujeres sin papeles no sufran discriminación respecto a las mujeres con. Pero vete a explicar tú esto a Carmen Calvo. O sea, a la constitucionalista convencida de que la Constitución española no ofrece a las mujeres españolas el nivel de protección de otras constituciones. Hum: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». Ahora, a la vista de la proposición de Casado, la vice pregunta: «¿Qué clase de maternidad se defiende cuando se propone que los hijos sean separados de sus madres a cambio del algo? ¿En qué nos convertimos las mujeres entonces? Y sobre todo, ¿qué clase de humanidad se perfila? Falta feminismo». Mucho más elegante ha estado la señora Colau, «Machistas. Racistas. Clasistas. Sólo faltaba secuestradores de niños. Fascistas. Toda persona demócrata debe votar en las próximas elecciones para impedir que esta gentuza pueda llegar al poder». No esperábamos menos. Para explicar la facilidad con la que gentes de toda condición agitan la coctelera del odio y corre a fusilar propuestas que no ha leído, y sobre todo para esclarecer por qué circula con mucha más facilidad la trola, conviene recordar que las mentiras son resistentes a casi todo. Mientras que la verdad necesita cuidados y un entorno favorable, la mentira, desprovista de toda contención o complejo, florece en casi cualquier ecosistema. No digamos ya en el actual panorama mediático. Agusanado de bulos. Recalentado por la evidente querencia del personal por transformar al adversario político en enemigo irreconciliable al que calumniar con desacomplejado garbo. Normal que Casado denuncie sentirse víctima de «fake news» y que insista en que la «regeneración» democrática implique «no mentir, no extender bulos, no manipular, ni lanzar insidias contra tus adversarios con los que deberías debatir y no lanzar en las redes sociales esa posverdad de las fake news, las medias verdades y la difamación más pura». Se nos dirá que mentiras hubo siempre y que el libelo, y el asesinato civil del rival, son tan antiguos como la propia política. La diferencia, la inquietante, mortífera diferencia respecto a otros momentos de la historia no consiste tanto en la naturaleza de las mentiras como en la multiplicación de plataformas para irradiarlas. Añadan la dificultad de rebatirlas y, sobre todo, que hoy por hoy los mentirosos ni siquiera tratan de borrar sus huellas. Todo vale con tal de ganar y la parroquia aplaudirá cada golpe, cada mordisco y navajazo de sus candidatos –incluidos los suyos, querido lector– como si asistiera a la inauguración del Coliseo de Vespasiano y Tito.