Opinión

¡Que viene la crisis!

Estoy horrorizada de que la depresión económica en ciernes sea ignorada en la campaña electoral. Tanto hemos abominado de la tecnocracia de Mariano Rajoy que estamos cayendo en el extremo opuesto. Se van Montoro y Báñez, pero no me queda claro quién se va a ocupar de la prima de riesgo o las subastas de deuda. Enfrente, el PSOE anuncia más gasto. Para causas indudablemente justas –parados mayores de 52, bajas de paternidad, subsidios– pero que no figuran en presupuesto alguno. El papel lo aguanta todo. ¡¿Será por dinero?! Nadie echa cuentas.

La campaña pivota sobre otros goznes, supongo que porque a la gente le interesan otras cosas. No digo que el «procés» no sea crucial –no soy sospechosa–, tampoco que no haya que ordenar la inmigración o preguntarse sobre educación o parados. Digo que parece que se nos ha olvidado lo que fue ver bajar los sueldos, despedir a millones de personas, cerrar empresas y apretarse angustiosamente el cinturón. En los momentos peores, Cáritas atendió a dos millones de personas y se organizaban colectas de alimentos. Casi todas las familias tuvimos desempleados y los jubilados mantuvieron a los hijos.

La cuestión es que se acerca otra crisis. Los expertos no albergan dudas. Las razones son muy diversas. Se citan el golpe que para la UE ha supuesto el Brexit, los enfrentamientos comerciales entre China y Estados Unidos y los grandes países que dan signos de cansancio. Alemania ya no tira de la economía e Italia arrastra gravísimos problemas. Los síntomas de lo que llega ya se entrevén en el paro, que aumenta. O la reducción de las exportaciones. O el freno que está experimentando el consumo de las familias.

¿Acaso no hemos aprendido nada? ¿Cómo puede ir en cabeza electoral un partido derrochador? ¿Nadie se alarma? Lo menos que cabe esperar del no tan lejano sufrimiento económico es cierta capacidad de anticipación, ahorro y prevención. Pero no, por una u otra razón no parece una prioridad en las encuestas. Qué cierto es que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

La izquierda no parece interesada en hacer casar sus abundantes promesas electorales con la capacidad económica de un país modesto. Y la derecha está tan ocupada de abominar del marianismo que se centra en todo aquello que Rajoy no hizo, o no hizo del todo bien, o con la contundencia necesaria. Ha perdido de vista el gran acierto, a saber, reaccionar con eficacia ante la debacle, evitar que nos intervinieran los hombres de negro y sacarnos de la crisis. Qué verdad es que España es un país de ingratos. Lo malo es que la ingratitud puede costarnos un gran disgusto.