Opinión
¿Populismo?
Se atribuye la decadencia de Podemos a equivocaciones personales, como la compra del chalet de Galapagar por parte de Iglesias y Montero. También cuentan los errores estratégicos, como la incapacidad de Iglesias para comprender que en 2016 tuvo el poder al alcance de la mano. Y están los problemas de organización, que han impedido institucionalizar lo que fue un movimiento y se ha convertido en un campo de batallas personales, sin mecanismos para encauzar y objetivar las discrepancias y la diversidad de intereses. También se dice que ha sido un partido para un momento de crisis, incapaz por tanto de renovar su discurso superada esta, al menos en sus manifestaciones más duras. En resumidas cuentas, lo que está acabando con Podemos sería su incapacidad para dejar atrás el discurso y la actitud populista.
Puede ser, pero también han empezado a leerse análisis, como el titulado «El populismo cool de la Movida», según los cuales Podemos no sería, o no habría sido, un partido populista. Es un populismo intelectual, lo que contradice la natural tendencia de los movimientos populistas, poco amantes del intelectualismo. Propio también de profesores universitarios, muy alejados, por no decir desconocedores de la realidad que dicen representar. Populismo de clase media acomodada, que tiende a confundir una posición política con el oficio de «celebrity»: véase el sublime referéndum sobre el chalet.
También ha sido un populismo sin nación, o sin patria. Errejón y el propio Iglesias se han esforzado en inventarse un nuevo concepto de patria (la sanidad, o «la gente»). Ahora bien, la patria no es eso. Para un español, la patria se llama España, pero los podemitas, herederos de la hispanofobia de la parte más elitista de la izquierda española, siempre se han sentido incómodos con su país. De ahí las amistades con los nacionalistas. Un populista que se alía con tanta facilidad con quienes quieren acabar con su propio país tiene poco futuro como populista.
Finalmente, los populistas de Podemos son populistas sin pueblo. Fieles seguidores de las abstrusas especulaciones de Ernesto Laclau, con raíces en el aún más hermético Jacques Lacan, para ellos el pueblo no es una entidad social, sino un «espacio» que hay que llenar, un significante vacío a disposición de quien quiera darle contenido: un grupo de profesores que iba a asaltar los cielos.
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