Opinión

Violencia

En la última huelga general convocada por los separatistas catalanes, el pasado febrero, se produjo un fenómeno extraordinario. La huelga apenas afectó a la sociedad catalana, que se esforzó, como todos los días, en seguir su propia vida. Los que se ponían en huelga, en cambio, era los organismos oficiales de la Generalidad y el orden resultaba perturbado sólo por aquellos movimientos vinculados al secesionismo –en última instancia dependientes de la Generalidad– empeñados en acabar con la vida normal. Todo por la república catalana. Existe un estado de espíritu favorable a la independencia e incluso a la república. Ahora bien, no existiría sin la acción de la Generalidad. Ha sido la Generalidad la que ha promocionado, desde la llegada de los Pujol, la nacionalización de Cataluña. Y los españoles hemos tenido que asistir a la realización de ese gigantesco experimento social puesto en marcha ante la mirada impávida del Estado central. Aplicando un decisionismo llevado al extremo, se ha querido sustraer España de Cataluña. Y para ello se ha tenido que aplicar la violencia. Violencia simbólica, como la de los lazos y las banderas, violencia cultural y moral, como la de la progresiva desaparición del castellano en la enseñanza, y violencia física, como la ejercida por los piquetes en la huelga de febrero, la que recuerdan los testigos del juicio en el Supremo o la que una y otra vez los secesionistas ejercen sobre quienes no están de acuerdo con ellos: los barceloneses que quieren ver jugar a la Selección en sus calles, los jóvenes de «S’ha acabat!», los profesores reunidos por Convivencia Cívica, los miembros del PP y de Ciudadanos... así hasta llegar al último episodio, el odio desatado de las juventudes nacionalistas cerca de una concentración ejemplar y pacífica de Vox, el pasado sábado. Es la caza al español, bendecida por la Generalidad y el Ayuntamiento. Es en este contexto donde hay que situar las declaraciones de Miquel Iceta acerca del cambio en la mentalidad española. Iceta juega al secesionista prudente, para el que todo lo ocurrido desde 2012 revela un error de «timing». Nos hemos precipitado y aún quedan por delante otros quince o veinte años de ingeniería social para llegar al referéndum. Un esfuerzo (de paciencia), compañeros secesionistas. Todo se andará. Para eso, claro está, habrá de gobernar Pedro Sánchez.