Opinión

Un mundo sin fútbol

Hoy se nos antoja una utopía, pero bien podría ser –aunque deba reconocerse hoy como improbable– que algún día desapareciera este esencial deporte que tanto hace para mantener la estabilidad social, la consolidación autonómica en España, justifica ciertos orgullos locales y torna relevante el uso de los pies. Si desapareciera, una utopía, habríamos dado un salto atrás hasta retornar a un pasado en el que me movían otros intereses. Por ejemplo, los toros no sólo caracterizaban la España unitaria que algunos añoran y que, junto al folklore andaluz, se reconoció más allá de las fronteras con el entusiasmo de los románticos. Estas pasiones nacionales también las sentimos quienes, más o menos, seguimos la evolución de unos equipos y una Liga (no tanto la europea) a la que se le auguran malos tiempos. Sólo los grandes clubes podrán hacerse con los servicios de los jugadores icónicos, los que venden más camisetas y están en todos los medios, alguno de ellos dedicado casi en exclusiva a determinadas aficiones. Un mundo sin fútbol sería como el retorno a la barbarie. Muchos aficionados se verían obligados a entregarse a toda suerte de drogas o elixires para vencer su vacío existencial. La mayor prueba del poder alcanzado por este deporte (aunque sea muchísimo más) es la pregunta que le formuló Jordi Évole al Papa Francisco sobre si Messi, argentino como el Papa y casi catalán como Évole, era Dios. La sonrisa del Papa hacía suponer que no lo era, aunque estuviera a su diestra.

La mayor parte de aficionados no lo son al deporte en sí, pese a que los padres lleven a sus niños a los encuentros infantiles y juveniles y hasta suspiran para que el chaval salga, si no como el buenazo de Messi cuando juega con el Barça, algo menos en el equipo nacional argentino, al menos como Sergio Ramos, capaz de encender cualquier partido. Sí, los padres hasta se lían a tortas desde la barandilla del campo y hay que sujetarles, tanta es la pasión que les despierta el juego infantil de sus amados vástagos. Esta enseñanzas correrán parejas con los estudios relativizados. Poco a poco el fútbol fue convirtiéndose en un fenómeno de masas y recientemente el trasiego de aficionados, dada la disminución del coste de los vuelos, algunos de ellos harto conflictivos, muestran una cierta violencia en sus manifestaciones que radica en la equiparación del enfrentamiento con el menosprecio, fruto todo ello de una mala concepción de la agresividad. Ni siquiera los períodos electorales disminuyen esta febril atracción por equipos que resulta histórica en equipos rivales desde décadas. Existe una considerable bibliografía sobre la visión sociológica y hasta política del fútbol. A Manuel Vázquez Montalbán los papeles del Real Madrid y del Barça (anterior a cualquier sino independentista) le permitieron interpretar franquismo y oposición. Porque en este complejo conglomerado no dejan de intervenir ciertas tomasa de posición políticas y, aún más, las económicas. Éstas son las que podrían llevar a este deporte masivo al desagüe o a otras perspectivas. Significativamente los EE.UU. participan menos de esta afición. Disponen de otras formas nacionales, baseball o baloncesto. También significativamente, dado el auge del feminismo hay quien cree que las ligas deportivas (las otras fueron abandonadas hace años para una mayor confortabilidad) femeninas se afianzarán, no sé si como fenómeno de masas.

Desterrado, abandonado o desaparecido, sin fútbol el mundo se nos antojaría casi como planeta huérfano, vacío y carente de sentido. En su día le llamaron deporte rey. Hoy se ha convertido en el alimento espiritual, el interés que atrae y crucifica multitudes. Haya o no partidos, las tertulias futbolísticas llenas espacios de radio y televisión, bien es verdad que en menos número de los sucesos que, pese a su veracidad, atraen en mayor medida al público general. Pero los partidos de la máxima emoción vacían las calles de las principales ciudades y, al tiempo, alimentan los bolsillos de quienes participan no sólo del negocio, sino también de las cada vez más numerosas casas de juego «on line» o del propio estado que descubrió en su día las quinielas como parte del gozo. Sin el fútbol no seríamos como somos. España, tan atareada en los espacios electorales con las pensiones –tema menor– dejaría de figurar entre los países de mayor calibre en este mundo complejo, tan lleno de intereses contradictorios, sino que nuestra Liga abandonaría uno de los primeros puestos del ranking internacional. Uno de los más graves problemas que se plantearía en una Cataluña independiente sería, sin duda, la escasa competitividad de un fútbol catalán, encerrado entre los Pirineos y las fronteras aragonesas y valencianas. Seguirá siendo durante algún tiempo el refugio de los solitarios y la solidaridad que se conjuga entre fanáticos y meros aficionados.