Opinión

El dilema de Rivera

«Si mi única opción tras el 28 de Abril es pactar con Sánchez me voy a la oposición». La respuesta de Albert Rivera en la «Brújula» de Onda Cero a la pregunta de Juan Ramón Lucas sobre si negociaría un acuerdo con el PSOE, en caso de sumar mayoría absoluta los escaños socialistas y los de Ciudadanos fue tal vez demasiado lapidaria en una carrera electoral en la que probablemente lo ultimo que conviene es mostrar cartas frente al «sudoku» que puede avecinarse si, como vaticinan las encuestas, no se atisban mayorías claras. Pero la respuesta pone sobre todo de manifiesto el verdadero y auténtico dilema en el que se encuentra una formación, sobre la que muy probablemente y con independencia de los resultados que obtenga se fijaran casi todas las miradas como posible depositaria de la llave maestra que abra las puertas de la gobernabilidad. Esto, que ha venido siendo hasta ahora su gran ventaja y aval, también puede transformarse en su principal problema y penitencia.

Ciudadanos ha venido siendo un partido de perfil transversal, incluso amable a la hora de captar voto desde los aledaños de su izquierda y sobre todo de su derecha, no ha pasado todavía grandes pruebas del algodón a la hora de gobernar y cuando tocaba facilitar la gobernabilidad de otros, se procedía desde el mero apoyo parlamentario sin experimentar significativa merma ni desgaste. Negocio fácil.

Pero ahora las cosas han cambiado, sencillamente porque el rubicón que espera en los comicios de dentro de veinte días –y tal vez por lo mucho que hay en juego– exige una claridad de posiciones que está dando con la mayor polarización política vivida en este país desde el periodo posterior al «11-M». Se llama al voto con las «tripas» y eso hace que el camarón que se encuentra en el medio sea arrastrado por las fuertes y enconadas corrientes. A veces lo del centro político no resulta tan rentable y menos cuando el mensaje que proyecta queda diluido o desdibujado ante los originales de izquierda o derecha. La encrucijada de Rivera no es menor. Si suma con PP y un apoyo de VOX a la andaluza no tendrían que caber muchas dudas y el centro-derecha gobernará con Casado en la Moncloa. Si no le salen los números con el PSOE la vía de la reedición del pacto de la censura o «Frankenstein» será más que certera conociendo las prioridades «pactistas» de Sánchez. Pero si cuadran las cuentas PSOE-Ciudadanos, los naranjas se verán –y esto es lo que les acarrea escalofríos– en la disyuntiva entre garantizar la estabilidad evitando que Sánchez se eche en manos de los «bildus» y «esquerras» o pagar con su apoyo a Sánchez el muy elevado precio de perder, en beneficio del PP de Casado y en parte del VOX de Abascal, todo el electorado arañado en estos años a la derecha. Ese y no otro es el «ser o no ser» de Rivera, sabedor de que, una cosa es entenderse con los Fernández Vara, Lambán o García Page y otra muy distinta hacerlo con un Sánchez que ya no es aquel «socio por un día» de 2015. Jugar con nitroglicerina.