Opinión
La victoria del jorobado
Víctor Hugo triunfante en el siglo XXI. Primero porque se cumplió su profecía, Notre Dame ardió, y su libro olvidado entre el polvo somos más polvo ensangrentado, sube en las listas de los más vendidos. ¿No gustaba la novela histórica? Pues he aquí la esencia, el descubrimiento del original. Occidente carga con la joroba y la fealdad de Quasimodo a modo de penitencia. Si nos miráramos al espejo veríamos el apéndice de un monstruo, Europa es ya un monumento en llamas y sediento del valor de su historia.
Lo que la guillotina no pudo arrasar se lamina hoy entre la burocracia y el descreído sentimiento del hombre corriente. Si Notre Dame era un símbolo, los que asistimos a su destrucción somos parte ya de nuestra propia decadencia. Los enemigos tocan la lira como Nerón mientras Roma hacia el amor entre las llamas en lo que se pensó que sería el fin del mundo.
Y en este instante en el que descubrimos que somos jorobados, deformes entes de espiritualidad segada, nada cambiará. Estupefactos inertes. Es más cómodo ser feo que valiente. Se reciben donaciones para reconstruir algo que ya jamás será igual. Lo que hizo saltar la chispa no fue una imprudencia sino un cambio de régimen, la absoluta prueba de que a los nuevos tiempos le molesta las torres de las catedrales y lo que han visto a través de los siglos amén.
Europa es, al estilo de Saramago con la península ibérica, un continente a la deriva que ni siquiera puede crear una pieza sublime como el réquiem de Mozart. No tendrá un funeral digno de su pasado. Un día se mató a Dios. Está marcado en el calendario el fallecimiento del hombre como centro del universo, pensante, creador a su vez del cielo y de la Tierra. Nos invadirán los cerdos y el relativismo alcanzará la gloria. Las llamas sólo corroboran una realidad. Notre Dame se había convertido en un parque temático. Las catedrales son un lugar de recogimiento de pantalones cortos y «selfies» prostituidos. Oh, el arte. Notre Dame recogía entre sus piedras lo que el siglo XX ha ido suicidándose a plazos. Y todo para que la política basura del devenir contemporáneo nos diga que, a pesar de todo, somos más infelices. Descanse en paz.
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