Opinión

Congregaciones electorales

Emilio Castelar, tribuno mayor de la oratoria española, dejó cincelada una frase en Cortes constituyentes dirigida a un carlista chupacirios: «Dios es grande en el Sinaí...» Gracias a la misericordia divina la Semana Santa ha precedido a estas congresuales anticipadas lo que no ha sido óbice para hacerle dulces objeciones al Cristo de la buena muerte endosándole asistencia censitaria de políticos en puja por una nómina estatal. Llegará el día en que se cuestionará el alarde de la Legión, y, finalmente, nos preguntaremos qué hace el Cristo yacente elevado a brazo por las calles de Málaga. Y diremos más: «Hay una buena muerte». Winston Churchill dejó un arcano, un misterio, una ecuación sin despejar: «La democracia representativa con censo universal es muy deficiente y yerra y confunde (Hitler obtuvo la Cancillería en elecciones más garantistas que las de Maduro), pero a nadie se le ocurrido un sistema menos malo». «Eso es lo que nos pasa: que no sabemos lo que nos pasa; y eso es lo que nos pasa» (Ortega). A las doce menos cinco de unas elecciones a Cortes retrasadas y adelantadas por un Mago de Oz como Pedro Sánchez, la reflexión intelectual, incluso sobre lo que llamamos España, deriva en reyerta de camareros (sacrificada pata de nuestra Economía), trifulca multitudinaria, gracietas de taberna en barrio bajo, bitácora de propuestas imposibles que se saben falsas, discursitos para fieles, y hasta grescas en los atrios universitarios Ni soñado por Otegui, ese hombre de paz; la paz de los cementerios. Esta campaña de congregantes es peor que mala, es peor, y emula al conejo blanco de Lewis Carroll ilustrando a Alicia: «Lo importante no es el valor de las palabras; lo que importa es saber quién manda». En democracia nunca habíamos tenido tanto bipartidismo, pero en bloques y sin la asistencia farisea de los nacionalistas que al fin han recalado en el romanticismo del XIX. Lord Byron, Shelley y su mujer, corrieron a liberar Grecia de los turcos, cansados pararon en Suiza, y solo Mary Shelley aprovechó una noche para escribir Frankenstein, única utilidad del viaje. Con estas elecciones de baja intensidad adquiere su perverso sentido la pregunta de Lenin a Fernando de los Ríos: «Libertad, ¿para qué?». Para una amplia abstención.