Opinión
No habrá piedad con los Txacurras
Los llamaban los perros de Rajoy. Igual que en el País Vasco de los niños despedazados en nombre de la ley vieja los bárbaros decían txakurras a los policías. El perro, animal fiel, inteligente, sensato, no es el águila imperial, que adorna los estandartes de los reyes. Tampoco el elefante, que representa a los republicanos en norteamérica como el burro simboliza a sus rivales demócratas. El perro llegó a nosotros atraído por el resplandor del fuego y la promesa de comida fácil. El mamífero doméstico, al que la Real Academia Española describe de tamaño, forma y pelaje muy diversos, según las razas, que tiene olfato muy fino y es inteligente y muy leal a su dueño, también puede ser una persona despreciable. Los salvajes que arrojaban ladrillos contra los funcionarios no leyeron la maravillosa No es elegante matar a una mujer descalza, de Raúl del Pozo. Desconocen que Tomás el de la Isla regresaba al amanecer a la garita de portero donde trabajaba, que traía «la cara demacrada y los ojos con culebrinas de sangre» y que si «escuchaba con atención podía oír cantar los pájaros y ladrar los perros, aunque los perros le agradaban menos, como suele ocurrir a los que, como él, llevan una vida desordenada, de trasnochadores y bohemios. Los perros están a favor del orden». Los abuelitos golpistas y los papás que usaron de forma obscena a los niños para reivindicar la secesión y mendigar un World Press Photo, en cambio, no pertenecen a la cofradía de los golfos, los desordenados o los poetas. Lo suyo era más bien un opositar en la deshonra y un considerar a los policías como lacayos. De ahí el símil, tan querido por cuantos fascistas dedican sus mañanas a animalizar al oponente, al que jode sus cuentas de vieja y sus ensoñaciones antipolíticas, predemocráticas, como paso previo a su oportuna cosificación y mañana veremos. Los policías nacionales y guardias civiles recibieron impactos de todo tipo. Fueron zarandeados, rodeados y amenazados. Atravesaron barreras de contenedores. Los recibían a la entrada y salida de los centros cientos de personas. Muchos acabaron en el hospital. Un hombre sufrió un infarto en un colegio. La ambulancia tardó mucho en llegar porque los amotinados creyeron erróneamente que era para atender a uno de los txakurras. Pero a los txakurras, de toda la vida del terrorismo vasco, se les deja tirados o, en todo caso, se les remata. En la Cataluña del referéndum ilegal sus discípulos, unos 2 millones, aprendían deprisa.
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