Opinión
Kale barroca
El barroco nació para ahuyentar las ánimas luteranas, tan austeras que no podrían vivir en esta sociedad del exceso. Vivimos en el neobarroco, cualquier acto, aunque sea de exaltación terrorista, viste con pomposas pelucas y zapatos con alzas. De la kale borroka a la kale barroca. El jefe de la ETA sale de la prisión francesa donde aún debería pudrirse y, sin embargo, sale copiando una escena de «Los miserables», levanta la bandera del País Vasco como un nazareno que sufre por el peso de su Cruz mientras sus «fans» le jalean, oh Septón Supremo que intentaste liberarnos de la España corrupta descerrajando unos tiros a unos pecadores. Solo falta que augure, como Jordi Sánchez desde su cárcel de oro, que tarde o temprano el PSOE admitirá un referéndum, una frase que es al barroco la caída del telón adornado por un bordado imposible en un teatro cortesano. La kale barroca no aspira a romper escaparates sino a dominar el oropel de la protesta. Vale el homenaje a un «gudari» o un escrache a Cayetana Álvarez del Toledo, que quedará como la del látigo, qué piel tan fina están mutando los políticos y periodistas para llegar a esa imagen casi sexual, la única por ahora capaz de domar la testosterona de Santiago Abascal. Hoy nos quedaremos con un homenaje a los tiros y a los toros de ETA a la luz de la luna llena, maletillas sin hambre, aburridos de cortarse el pelo con el hacha de la serpiente, pero sepan que la kale barroca no se queda en un acto insignificante que acabará en borrachera sino que marcará sus vidas. Es la cinta blanca de Haneke, el aperitivo del totalitarismo a la moda. Más es más. ¿Alguien dudaba de que Armani estaba equivocado?
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