Opinión
Mejor sin límites
Finalmente la crisis de los debates electorales televisivos se ha solucionado con dos: uno ayer en la TVE y otro hoy en Antena 3, ambos a cuatro. Hablo de conflicto porque el candidato socialista, tras rechazar debates a dos, quiso celebrar uno y con participación de Vox. La Junta Electoral Central lo rechazó porque los medios privados son libres para configurar esos debates, pero siempre con respeto a la proporcionalidad imperativamente exigida por la ley electoral. De esta manera declaró improcedente excluir a formaciones con representación parlamentaria para incluir a una formación que ahora no la tiene.
Ni quiero ni debo entrar en si tal criterio es conforme a derecho, sólo destaco varias cosas. La primera que la Junta Electoral Central, como el resto de las Juntas Electorales –de Zona, Provinciales más las autonómicas– son «Administración electoral» y garantizan la transparencia, objetividad e igualdad del proceso electoral; y segundo, que lo acordado es ajeno a razones de conveniencia partidaria o de mera oportunidad: es un criterio jurídico y, además, coherente con lo que la Junta Electoral Central viene manteniendo desde hace años; cosa distinta es que en las anteriores elecciones participase en esos debates colectivos algún partido en ese momento no parlamentario porque nadie se opuso.
También es bueno recordar que la Junta Electoral Central no está formada por parlamentarios ni por funcionarios gubernamentales, sino por ocho magistrados del Tribunal Supremo, elegidos por sorteo, más cinco catedráticos designados a propuesta conjunta de los partidos, federaciones, coaliciones o agrupaciones de electores con representación en el Congreso de los Diputados. Se trata, por tanto, de un órgano manifiesta y mayoritariamente judicializado. Y la misma idea, con sus lógicas diferencias, informa la conformación de las otras Juntas y por ir ya a lo más concreto, ahí están las mesas electorales –también Administración electoral– a las que podemos ser llamados usted o yo y ejercer como autoridad electoral.
Si recuerdo todo esto es porque en estos días se ha cuestionado a la Junta Electoral Central, y se ha dicho que sus acuerdos serán jurídicos pero contrarios nada menos que al principio de democrático. La principal censura ha venido de quien estaba interesado en la participación de Vox: el partido en el gobierno con su presidente en cabeza. Estoy dispuesto a aceptar que los tiempos electorales son de galerna política y que a la vista de lo que cada uno se juega se dicen cosas que quizás no se dirían en tiempos de mar quieta, si es que los hay en política. Pero lo grave es la mentalidad que hay tras esas censuras a la Junta porque, para variar, muestran que molesta y desagrada la intervención de instancias que actúan con criterios objetivos, en este caso con aquellos que impliquen un limite jurídico a la acción política.
Esto no es nada nuevo y en otro aspecto lo confirma esa enigmática frase de la ministra Batet: «imponer sólo la Constitución a quienes lo rechazan no es la solución», luego ¿cuál es su solución?, ¿no imponer «sólo» la Constitución sino también el Código Penal y de más leyes o bien otorgar a los desafectos un estatuto especial en el que no se les impondrá el acatamiento y respeto real a la Constitución, pero tampoco se les eximirá de cumplirla o, en fin, quiere decirse que no se les impondrá nada y que nada se hará para exigirles ese respeto?
Malo es que el ADN del político se conforme a base de elementos cambiantes, oportunistas y que cualquier limite se vea y valore como una piedra antidemocrática en el camino hacia el poder; malo porque con ese código genético se rechazan tanto los límites para acceder al poder como para ejercerlo. Así frente a lo que se vende como epopeya del líder, como oda a su resistencia frente a las adversidades o alarde de astucia o audacia en la lucha política, quizás se esconda una realidad más prosaica e indigna: que en esa lucha obsesiva por el poder se juega con la ventaja de carecer de referente moral alguno, que se desprecian las reglas jurídicas, lo que permite decir una cosa hoy y mañana otra o, si conviene, se camina de la mano del mismísimo diablo.
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