Opinión

Nôtre Dame

Recuerdo la primera vez que vi Nôtre Dame. Acababa de llegar a París y tenía la firme resolución de visitar la catedral antes incluso que el Louvre o la torre Eiffel. Había quedado fascinado por aquel monumento leyendo la novela romántica, anticlerical y conmovedora de Victor Hugo que llevaba su nombre y que ya entonces se quejaba de la incuria con que era tratado el soberbio edificio. En su prólogo, Hugo atizaba lo mismo al clero, al funcionariado y al gobierno de Francia por su falta de cuidado a la hora de conservar la catedral. Nôtre Dame me pareció pequeña –quizá el hecho de haberme detenido en Burgos un par de días antes influyó en esa impresión– pero grácilmente hermosa. Recuerdo haber subido una de las torres y haberme quedado pasmado ante unas pavorosas gárgolas que, como la aguja calcinada, no fueran colocadas por un artista medieval sino por un restaurador genial y masónico llamado Viollet le Duc. Desde luego, tiene su aquel que decidiera ubicar docenas de estatuas de demonios en una catedral. No lo tiene menos que algunas de las figuras más prominentes de la masonería gala celebraran su funeral en el recinto con el permiso expreso de la jerarquía católica.

Ese cruce de cosmovisiones tan diferentes es lo que siempre me ha impresionado en Nôtre Dame. En ella, está inscrito el centralismo parisino que tantísimo ha ayudado a Francia a la hora de seguir siendo una potencia mundial. Desde ella se vislumbra la formación de Francia como nación construida por encima de su convulso pasado medieval. De haber triunfado la Reforma en Francia en el siglo XVI –y a punto estuvo– la catedral habría sido respetada como lo fueron edificios semejantes en otras partes de Europa. De la misma manera, la Revolución, a pesar de su anticlericalismo, no la demolió y Napoleón la utilizó.

Alrededor de ella orbitan fuerzas como la iglesia católica o la masonería que, a diferencia de lo sucedido en España, no desintegraron la nación con movimientos centrífugos sino que han rivalizado en cohesionarla en torno a un centro indiscutido. Precisamente por eso, el desastre sufrido hace unos días –quizá una muestra de incompetencia más que de terrorismo– ha provocado semejante reacción oficial en una nación que es crítica con el pasado y, a la vez, sabe respetar su legado. No quiero pensar lo que habría pasado en España.