Opinión
Santi nunca estuvo aquí
Salimos en busca de caminantes blancos. De cacería. La derecha, que a decir de Pablo Iglesias, son los muertos vivientes de «Juego de tronos». A ver si cambian de serie ahora que se han puesto serios. El invierno, sin embargo, se esfumó. Votar con la cabeza o el sobaco, he ahí el dilema. Los apoderados de Ciudadanos ejercían de Ofelia, pura, bella e inmaculada. Coño, ¿hacen casting hasta para eso? «Los putos periodistas que me han empujado». Empezamos bien. Colegio público Pinar del Rey. Un hombre se quejaba de un golpe en la nariz. Muchos votaron tapándosela. Otros buscaban hacerse un «selfie» con Abascal. El de la contusión nasal igual no lo vio. Loquillo ejercía de presidente de una mesa electoral pero los «fans» acosaban a un político y no a una estrella del rock. Lo bordó el actor Paco León, también al frente de una urna: «La realidad se parece cada vez más a Aida». Santi salió bajo palio. Una procesión que va meciéndose y parándose a la vez para que le cantaran una saeta, que siempre era «Viva España». Ángeles, unos treinta años, voz de aguardiente y tabaco, tiene el brazo tatuado y grita por si no nos habíamos enterado: «Hace falta dar un golpe en la mesa». No tiene pinta de lo que en el imaginario rezaría como «facha». La podríamos ver a la entrada de un concierto de Rosendo. No parecía que fuera al reservado de Pachá. El candidato, recién duchado, de azul azul, llevó hasta el coche unos fieles en penitencia, como los que hacen promesas en Semana Santa. Fue la Pantoja de esa parte del barrio de Hortaleza. Jugando a «Supervivientes». Enfrente, en el mercado de San Luis, colgaba un cartel de «Se alquila» y, a su vera, la peluquería «Wendy», donde hoy se vivirá la efeméride cual cotilleo mientras los tintes enmascaran la realidad. A algunos se los llevará el helicóptero, pero el de Tulipán, que es el que aterrizaba en los colegios de nuestra infancia. ¿Nocilla o Nutella? El reino de los indecisos se convirtió en el imperio de los que lo tenían muy claro. Ah, las encuestas.
Los que se decantaron por Vox vivían su Día del Orgullo, saliendo del armario sin que les preguntaran. Les faltó salir en carroza tirada por yeguas vírgenes. Ni rastro del voto oculto de los sondeos. Se exponían en público. Aquí estoy yo. Después de la marejada, el silencio de un sordo, mucho ruido de fondo, y nada más. Diríase que Santi nunca estuvo allí, aquella película de los Coen. Al sol se tostaban los carteles «Haz que pase» de Pedro Sánchez. En la mesa de los López, una chica rubia que hubiera sido Alaska en otra vida, hacía chistes con la «vulgaridad» de su apellido. El vocal le responde que es difícil buscar entre los apellidos más usuales, García, Sánchez... «¡No, Sánchez no!» Y todos quedaron riéndose con el tono de una comedia de situación. La que se avecina, y eran solo las dos de la tarde. Los dramas llegarían más tarde.
Caminantes blancos en el epicentro del voto popular, el colegio del Pilar, barrio de Salamanca. Triunfaron los chalecos acolchados. Era el «dress code» para entrar a una especie de fiesta secreta y muy exclusiva. Tres señoras del difunto «Embassy» tenían muy claro que para superviviente, Casado. Ese pelo a lo Reina Sofía no era obra de Wendy. «A Pablo sí que no le da miedo tirarse hasta sin salvavidas». Chaleco salvavidas, claro, chaleco acolchado. Será verdad la teoría del aleteo de la mariposa. El candidato acababa de salir. El hijo perfecto. Diríase por los comentarios un héroe capaz de cualquier azaña. Salían chicos que uno confundiría con Taburete, hasta podría decirse que sus canciones los rodeaban, un aura invisible. «La insensatez, dadme de beber, dadme de beber», y esos estribillos de los reyes de copas cuando vuelven del lado oscuro, más allá de Colón. Sin abrir las urnas se notaba que la tradición obliga a guarecerse. A Cayetana le habían cerrado el paso en su colegio de Barcelona. «Sinvergüenzas», oíase en tono de hora del aperitivo. Si toda España fuera igual de educada sabríamos manejar bien los cubiertos en cada situación. Aquí no se fiaban de la bondad de los desconocidos, menos aún de la «bondad democrática» de los apodados intelectuales. Pero ese enemigo estaba descontado, no así Santi, el caminante blanco de los caminantes blancos.
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