Opinión

La impostura

Yo venía de entrevistar a un funcionario machacado por la Generalidad. Asistí a los insultos contra los candidatos a la puerta de los colegios electorales. Denuncié la situación de quienes malviven bajo el yugo identitario sin compartir el credo obligatorio. El cinismo de quienes ante la pérdida de libertades predican un diálogo que va de no soliviantar al opresor ni discutir sus harapos intelectuales. Alguien me respondió que frivolizo cuando afirmo que muchos españoles son tan capaces de advertir el fascismo en 1936 como incapaces de reconocerlo en la UAB. Frivolizamos los que escribimos contra la indefensión de los padres en las escuelas, los que consideramos vomitivo que desde la izquierda llamen presos políticos a unos golpistas, los que sentimos náuseas cuando una ministra sostiene que el marco legal no puede imponerse a quienes lo rechazan (¿tampoco a los violadores?, ¿a los pederastas?), los que clamamos contra el falseamiento de la Historia, los que nos rebelamos contra el uso político de las instituciones, la invasión del espacio público y los escritos, racistas, del «Le Pen de la política española» (Pedro Sánchez dixit), o sea, Torra. Ahora resulta que trivializamos por escribir contra la omertà y contra las agresiones la libertad de opinión, reunión y cátedra. «No pasarán», gritan los valientes milicianos de 2019, y he recordado las palabras de mi padre, Julio Valdeón, que en 1977, candidato por el PCE al Senado, explicó que aceptaba presentarse, entre otras cosas, «por la adopción, en fechas ya lejanas (1956) de una política de reconciliación nacional por parte del Partido Comunista» y de «una estrategia conducente a un futuro democrático en el que todos los españoles pudieran tener participación, superando la división entre vencedores y vencidos», pues «la superación del espíritu de la guerra civil me ha parecido, desde hace muchos años, uno de los objetivos más nobles que se podían plantear». Y ahora salid a la calle a cascar consignas de atrezzo mientras dejáis tirados a vuestros conciudadanos acosados, vendidos ante la trituradora nacionalista, aterrorizados en sus colegios, sus oficinas y sus calles. Benditos seáis, milicianos de alerta antifascista, aguerridos militantes que no arriesgáis nada, que sólo sabéis comprometeros con 83 años de retraso y os alistáis en las batallas del museo, porque vuestros serán los sacos terreros bajo el puente de los Franceses y vuestra la gloria en Jarama Valley. Cuánta impostura. Qué asco.