Opinión

Levántate y anda

Frialdad y escepticismo. Fue el ambiente reinante en la atípica recepción del Dos de Mayo, con todos los altos cargos en funciones y un sonoro, inexplicable y muy comentado desplante del gobierno socialista, también ahora en expectativa de investidura. Es la primera vez en toda la historia madrileña que nadie del Ejecutivo de la Nación acude a una cita que, hoy más que nunca, adquiere tintes de futuro político. Candentes aún las heridas del 28-A, en pista de salida para el 26-M, el desprecio de Pedro Sánchez ha sido de antología. «Ni un ministro, ni un secretario, ni un ladrillo», decían algunos críticos ante la mirada atónita de Ángel Gabilondo, candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, a quien dejaron más solo que la una. En las mismas filas, un advenedizo Pepu Hernández, aspirante a la Alcaldía, que hizo gala de un sectarismo vergonzante. Para él, lo único importante era el 140 aniversario del PSOE, en detrimento de los ciudadanos madrileños. Fue de pena, y hasta los socialistas madrileños se tiraban de los pelos. «Hasta Carmena nos ha ganado», comentaban dirigentes del PSM, que se tragan la disciplina a chorros. En la derecha la cosa fue diferente.

Pablo Casado llegó en olor de simpatía, con las gentes animadas en la calle para hacerse fotos y «selfis» de recuerdo. «Pablo presente, Pablo presidente», clamaban a las puertas de Sol sacando pecho. El líder del PP, estoico, con risa contenida, pasó la alfombra roja escoltado por su guardia pretoriana: Isabel Díaz Ayuso, José Luis Martínez Almeida y Andrea Levy. Pero lo mejor de todo fue Esperanza Aguirre, que no defraudó. Enfundada en un traje de efusivo rosa, coronado en su solapa por la medalla carmesí de su mandato, no dejó títere con cabeza. «Ángel nunca fue liberal y ahora se ha convertido», le lanzó como un aguijón al ex presidente Ángel Garrido, con quien el protocolo la sentó a su vera como anteriores presidentes. Y para colmo, en el otro extremo, al cardenal Osoro, arzobispo de Madrid, le espetó otra: «Eminencia, los pecados siempre se pagan», dijo mientras fulminaba con la mirada al tránsfuga de Ciudadanos. «Nos hemos caído y hay que levantarse», sentenció Aguirre, una de las más solicitadas en la recepción. A su lado, Garrido, como un espectro, justificando su puñalada, con un vacío bastante evidente.

Pablo Casado no se cortó un pelo y pasó de largo sin detenerse, «Ni más faltaba», criticaban dirigentes del PP ante su anterior presidente, ahora de la mano de Ignacio Aguado y Begoña Villacís. Muy crecidos los políticos naranjas, sobre todo Aguado, que solo tenía una frase en la boca: «El próximo presidente de Madrid seré yo». Toma ya, para chulito él. A lo que la propia Esperanza Aguirre, ya en el cóctel privado, atajó sin piedad: «Menos lobos caballero». Las dudas sobre el 26-M planean con fuerza, pero lo cierto es que los dirigentes de Ciudadanos van de sobrados hasta la saciedad. Algo que observan con cierto regocijo en Vox, cuyos representantes Rocío Monasterio, Javier Ortega Smith e Iván Espinosa de los Monteros, se movían como pez en el agua: «Que no se lo crean tanto». La izquierda, a su bola, con Carmena de floripondio blanco, Íñigo Errejón monísimo y esa tal Clara Serra más sosa que un guante. Con mucho menos «glamour» que en anteriores ocasiones, sin caras conocidas del mundo empresarial y la cultura, a caballo entre el 28-A y el 26-M, todo pende de un hilo. Pablo Casado ha dado la cara en este Dos de Mayo madrileño, frente a un Pedro Sánchez y sus ministros escondidos. De cómo sea el resultado final, los puñales saldrán a la luz o quedarán enterrados. Pero el PP es como Lázaro resucitado: «Pablo, levántate y anda». Así lo gritaba la gente.