Opinión
Verlas venir
Se acabó por fin la larguísima precampaña, la campaña y se votó. En pocas semanas volveremos a ello, porque desde el advenimiento de la democracia, algunas veces en el filo de la navaja, los españoles hemos votado mucho y no siempre bien. Quienes lo hacemos, sin derecho a réplica, también tenemos derecho a equivocarnos, legado del viejo humanismo: en el pecado está la penitencia. La prensa internacional recibió con matices y diversidad de opiniones, como antes se decía de la fiesta taurina, los resultados de las últimas elecciones. Subió, incluso, la Bolsa, por vez primera, tras unas elecciones generales, se aseguraba tan fiel a Ciudadanos, y descendió milagrosamente la prima de riesgo, que tanto llegó a abrumarnos. El mundo económico, ante la avalancha de impuestos que se propugna, está dispuesto también a verlas venir con una sonrisa resignada. También los ciudadanos desearían rebajas en la presión fiscal que todos, con o sin razón, desde la clase media decadente, entendemos desmesuradas. Sin embargo, el triunfo de Pedro Sánchez ha desbordado los impactos emocionales de algunos comentaristas extranjeros, no tanto por su evidente manejo de tiempos y políticas que observan el futuro con optimismo moderado o por su innegable feminismo –que cabe aplaudir–, sino por su agradable presencia física. Ha sido calificado de guapo, al margen de cualquier programa social, porque su figura destaca entre los avejentados líderes europeos. Conviene admitir que su estampa rejuvenece y hasta transforma una UE, perdida entre el Brexit y la extrema derecha que campea desde Italia y Francia hasta Hungría y Polonia. España, de bracete con Portugal, ofrece otra socialdemocracia y una belleza masculina que aturde a algunos periodistas, no sé si ilustres, aunque sus estéticas observaciones encabezaran las primeras páginas de algunos periódicos europeos.
También aquí las axilas o sobacos húmedos de sudor de la camisa del ya presidente en funciones llamaron la atención de algún comentarista televisivo nacional. Y es que Pedro Sánchez, tantas veces renacido, acaba convertido en ser humano. Mientras tanto –porque es un no parar– nos hemos adentrado ya en otro período preelectoral de cara a las autonómicas, municipales y europeas que caerán en pocas semanas. Volveremos, como en el poema de Rubén Darío, a escuchar los claros clarines y tornará el cortejo de los políticos, ahora más próximos, candidatos a alcaldías y a autonomías (salvo las históricas y Valencia, en la que repite el morellano Ximo Puig). Las rápidas sucesiones electorales pueden observarse como armas de doble filo. Nos han venido empujando –derechas e izquierdas, aunque se nos diga que ya no existen– a la teoría del cambio, equivalente al movimiento perpetuo. El ciudadano puede tener la sensación de que cualquier fórmula política podría ser mejor, porque no hay una excelente. Todavía no hemos probado al nuevo presidente y a un gobierno que podría ser monocolor o de colorines, ya que nada lograremos saber hasta pasadas las nuevas elecciones. La teoría del cambio nos llevaría a darle otra vuelta al calcetín, tan a menudo desparejado (nadie sabe por qué los calcetines se pierden desde la lavadora a los cajones donde los guardamos. Alguien debería explicarnos el misterio de los calcetines, porque podríamos tal vez descubrir ignoradas claves de la política). No sería de extrañar que la ciudadanía, por principio siempre inteligente aunque poco leída, decidiera practicar cambios contra políticos en funciones y con anterioridad acusados, pese a la ortodoxia de la moción de censura, de okupas a vendepatrias o felones. Ninguna experiencia tendremos todavía en esta precampaña y posterior campaña –que permitirá a los políticos más cercanos, segunda fila– regresar al ruedo y reconducirnos a las urnas, hasta acomodarnos en la esperanza de que duren los cuatro años preestablecidos.
Nos lamentamos, no siempre con justicia, de la clase política. Sólo una minoría es corrupta, aunque el poder entrañe esta posibilidad y, de una forma u otra, sabemos que es difícil mantener las manos límpidas, no necesariamente manchadas de sangre o pintadas de blanco. Puestos a elegir: las que se lavaron con jabón y agua corriente. Hay una respetable estética de manos masculinas o femeninas y hasta neutras que los pintores del Renacimiento y hasta los impresionistas nos trasladaron a lo largo de los siglos, porque las manos constituyen el primer eslabón del conocimiento. Aconsejaría a los realizadores televisivos que atendieran a las manos de quienes son nuestros líderes y menos a sus axilas masculinas o femeninas, que tan sólo reflejan el cansancio de tanta prédica al aire. Abandonado ya el Día del Trabajo, de los trabajadores o de San José obrero, eufemismos de una conmemoración revolucionaria, volveremos tras este nuevo corto túnel del tiempo, para pocos, sabio puente, al ritmo preelectoral. Habrá que reflexionar sobre políticos que resulten más próximos y comprometidos, a quienes vamos a demandarles políticas sociales, infraestructuras, orden y eficiencia. A cambio, les entregaremos nuestros impuestos bajo el contrato cuatrienal de costumbre. Desde la muerte de Franco, que a los jóvenes se les antoja rancia prehistoria, hemos votado mucho bajo el romántico lema de que el pueblo nunca se equivoca: falso tópico. A verlas venir.
✕
Accede a tu cuenta para comentar