Opinión

Sin luz ni taquígrafos

Nada indica que estamos entrando en un período político estable. Más bien existen las condiciones adecuadas para que sigan las turbulencias. La fragmentación parlamentaria no permite albergar demasiadas esperanzas de que el partido más votado, pero con una mayoría escuálida, pueda gobernar con solvencia sin pagar peajes insoportables a unos y a otros. A Pedro Sánchez le va a resultar más fácil alcanzar apoyos para la investidura que pactos para gobernar. Y ni siquiera la investidura le va a salir gratis. Ni Podemos ni los nacionalistas, que son los socios previstos para el arranque oficial, le van a dar un cheque en blanco. Pronto comprobaremos, cuando pase la prueba de los comicios locales y europeos, hasta dónde llega el nivel de exigencias de unos y de otros. Parece seguro que los planes del Partido Socialista consisten en prescindir de coaliciones de gobierno y tratar de gobernar solos, con algunos independientes, sin sentar a Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. No quieren meter a la zorra en el gallinero. Descartada la «solución a la portuguesa», solo cabe la seducción con algunos atrevidos acuerdos programáticos en el área social y algunas fotos.
Una vez amarrado el poder, con el aval –limitado y escaso– de las urnas, Sánchez pretende ahora romper la dialéctica de bloques, que, según las analistas de la Moncloa, han sido rechazados por el electorado. Esto quiere decir que aspira a contar con el Partido Popular y con Ciudadanos –sobre todo con Casado, al que quiere investir con la capa de armiño de líder de la oposición– en las grandes cuestiones de Estado, empezando por la defensa, juntos, de la Constitución. Confía en que la crisis catalana podrá reconducirse de alguna manera con el indulto a los políticos presos, el diálogo y otra serie de concesiones pactadas sin quebrantar el marco constitucional. Esta política de geometría variable, pactando a derecha e izquierda, hoy con las fuerzas constitucionales y mañana con los que quieren cargarse la Constitución, se antoja una tarea ardua y complicada, que exige una gran generosidad por parte de unos y de otros y mucha finura política. Hasta ahora no hay pruebas de una cosa ni de la otra. Ante la fragmentación parlamentaria, la dificultad de los pactos variables y la demostrada afición de Pedro Sánchez a la ocupación del poder como la razón suprema de su existencia, es de temer que en esta nueva etapa, que ahora comienza, la vida política discurra en gran manera fuera del Parlamento, sin suficiente luz ni taquígrafos.