Opinión
Y yo me la llevé al río creyendo que era “mossuela”
Alejandro Molina, abogado y columnista, cuyas gloriosas observaciones del juicio son imprescindibles, y al que si servidor mandase en un periódico mañana mismo le pondría contra diaria, comentaba ayer que el por tantas razones admirable Javier Melero, uno de esos raros togados que hacen concebir que todo lo que vimos en las películas de Sidney Lumet pueda ser cierto y existan abogados de una pieza, sobrios, profesionales y brillantes, acababa de sufrir su primer y más grandioso contratiempo. Uno de sus testigos, jefe de antidisturbios de los Mossos, trituró el relato de la gente de paz, las concentraciones espontáneas, las cancioncitas postconciliares y el innegable buen rollito que presidió jornadas como la del 20 de septiembre de 2017. Aunque como dice el propio Molina, la avería gorda es más para Jordi Sánchez. Esto del policía: «Aparecen Jordi Sànchez, Jordi Cuixart y Lluís Llach, que preguntan por el mando. Me acerco a hablar con ellos. En un primer momento, para ser sinceros, la actitud del señor Jordi Sànchez fue altiva, fue prepotente y fue complicada para mí, muy complicada. Me exigió que retirara la brigada móvil.
Me dijo que esto que “estáis haciendo no es lo que hemos acordado, largaos de aquí”». Mejor todavía: «Ahí le dije que sí o sí iba a llegar a la conselleria y me dice que va a llamar al presidente y al conseller y que me iba a largar. El señor Sànchez hace una llamada y yo le dije a mi compañero que lo grabara todo. Le oí decir algo así como “Trapero ha perdido la cabeza, sacad a la Brimo de aquí”. Me dice que en breve Trapero recibirá una llamada y nos iremos. Le dije: “Puede llamar al Papa de Roma que si no recibo una llamada de mi cadena de mando, yo no me muevo”». A ver qué hacemos ahora con la idea de que allí no pasó nada y que la multitud apenas canturreaba bajito las tonadas de Lluís Llach, que por cierto había aprovechado el otro día su comparecencia para informar de que es homosexual, que como pueden imaginar resulta tan esencial para la causa. Frente a la revolución de las sonrisas el Mosso contó que no había forma de llegar hasta la puerta de la Consejería y que «el mal sabor de boca que me queda es que no pude sacar antes a los compañeros». Desde luego no hasta que según su testimonio el señor Sánchez procedió a desalojar la célebre puerta del teatro por la que pudo escapar de incógnito la secretaria judicial. Tan natural en su huida como que Sánchez tuviese el poder para influir en los designios de la turba.
Todo en orden, que diría Xavier Trias. «La gente estaba en una actitud reivindicativa pero siempre pacífica y tranquila, de reivindicación nacional», comentó el ex alcalde de Barcelona. Aconsejo subrayar la actitud de reivindicación nacional. En otros lugares del mundo, menos sofistificados, la actitud puede ser buena, mala o regular, pero lo que el caballero entiende por actitud de reivindicación nacional se antoja tan indescifrable como siniestro.
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