Opinión
Sopa de conventos
En 1868, Vicente de la Fuente, catedrático y experto en Historia eclesiástica publicó un libro titulado «La sopa de los conventos». Frente a los ataques de los liberales que pretendían que la sopa –quizá clara y poco sustanciosa, pero gratuita– de los conventos era una desgracia porque sólo alimentaba a vagos y servía para perpetuar el dominio de la iglesia católica, Vicente de la Fuente defendía encarnizadamente la citada institución. Para él, aquella sopa era algo meritorio no sólo espiritualmente y debía defenderse contra la avaricia de aquellos que pretendían que el que no trabajara no debía comer, cita, por cierto, del apóstol de los gentiles.
Este tipo de asistencialismo ha contado históricamente con sus defensores, como el señor de la Fuente, y con sus detractores como Mahatma Gandhi que consideraba que sólo servía para que la gente no echara a caminar sobre sus pies. Entre de la Fuente y Gandhi, yo me siento mucho más cerca del segundo. La cultura española está envenenada de asistencialismo y, en un momento determinado, al católico se sumó el izquierdista. No deja de ser significativo que en la Ginebra calvinista –donde, por cierto, se estableció la primera escuela pública, gratuita y obligatoria de la Historia universal– se fundara una Bolsa de trabajo que enseñaba oficios, proporcionaba herramientas a los trabajadores e incluso intentaba orientarlos hacia algún empleo, pero jamás se dedicó a dar subvenciones. A lo mejor eso explica, siquiera en parte, las diferencias de desarrollo social, político y económico existentes entre Suiza y España. Pero volvamos al tema. La sopa de los conventos hoy en día existe en España bajo múltiples formas.
Son las subvenciones que se entregan a mujeres por denunciar, aunque sea falsamente, a su pareja. Son las contribuciones públicas al día del orgullo gay o demás zarabandas LGTBI. Son las ayudas al alquiler que van a para de manera escandalosamente desproporcionada a extranjeros y no a españoles. Son los PER y equivalentes que permiten vivir en el campo a costa de los que sí trabajan. Son el concierto vasco y navarro o el pago de los excesos del nacionalismo catalán con el dinero de todos. Son todo aquello que no premia el esfuerzo o el talento sino el lloriquear y extender la mano. Es una verdadera plaga histórica y ya es hora de que se acabe por mucho precedente que tenga en los conventos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar