Opinión

Digan lo que digan

Imagine la escena: época Edad Media, padre e hijo, acompañados de un burro (cargado con mercancías para vender), hacen su entrada en un pueblo: el hijo tira del animal y el padre va montado en el mismo. No bien han doblado la primera esquina oyen: «Vaya padre explotador, el hijo hace todo el trabajo...». El padre, abrumado, se apea del burro y le cede el sitio a su hijo. No tardan en escuchar otra crítica: «Mira que permitir que su padre, ya viejo, sea el que tire del asno...». El hijo, avergonzado, pide a su padre que ambos vayan montados en el animal. Al poco oyen: «¡Vaya par de explotadores, pobre animal!».

Por lo que el hijo sugiere que ambos vayan a pie. Las voces críticas no se hacen esperar: «Vaya par de tontos. Mira que ir a pie teniendo un burro». El padre, entristecido por tanta palabrería negativa, pero habiendo entendido el «metamensaje», le dice a su hijo: «Visto que, hagamos lo que hagamos, siempre habrá quien nos critique, mejor proceder conforme a nuestros principios y valores». Las personas nos sentimos atraídas por aquellos cuyo comportamiento reflejan lo que llevamos en nuestro interior y nos gusta, o repelidas cuando ese reflejo nos disgusta. Todo aquel expuesto al público es susceptible de ser adulado o vilipendiado.

Tratar de agradar y de complacer a todos, además de imposible, tiene consecuencias nefastas para la autoestima. Por consiguiente, en lugar de adaptar nuestra forma de proceder a las opiniones de otros, mejor ser congruente. La autenticidad basada en la congruencia tiene quien la aprecie. Pase lo que pase: quede bien consigo mismo.