Opinión

Duelo al sol

Eran los hombres guapos, los apuestos caballeros que venían a rescatar el país del «gobierno Frankenstein», por usar la eficaz expresión acuñada por el difunto Alfredo Pérez Rubalcaba. El primero, Pablo Casado, sobrevivió a las celadas de su propio partido y a la guerra fratricida entre las dos herederas, que se odiaban; sobre todo resistió a la indolencia del gobierno de Mariano Rajoy en Cataluña, que había consentido la gangrena tras varias décadas de ávida complicidad entre el bipartidismo y los nacionalistas. Cosechó un fracaso estrepitoso gracias a las hipotecas del pasado, nunca cauterizadas, empezando por la corrupción, y a la evidencia de que a millones de españoles les importa una higa la situación de sus compatriotas en Cataluña. Albert Rivera, símbolo durante años de la firmeza constitucionalista a la pestilencia lazinazi, decidió una tarde que tocaba reinventar Ciudadanos. Ya estuvo a punto de lograrlo en 2009. Ahora renunciaría al caladero del centroizquierda, aunque el partido hubiera nacido como reacción a las claudicaciones del PSC, para atacar las frágiles posiciones del centroderecha. Por el camino logró un resultado grandioso. Hito resumido en su incapacidad para superar al PP más acuciado de la historia mientras asume dócil la etiqueta derecha trifálica cocinada por el departamento de propaganda en Moncloa. Ciudadanos, que nació para evitar que los dos grandes partidos dependieran de las muletas nacionalistas, que siempre consideró que su mejor interés era el de España, acaba así transformado en una maquinaria grouchiana. Equiparable a cualquier otra. De las de estos son mis principios y si no le gustan tengo otros.

Las próximas elecciones marcarán el combate final entre los aspirantes. A Casado le ha faltado tiempo y a Rivera le sobra por todos los poros. Todo su afán pasa por ser el jefe de la oposición. Creíamos que aspiraba a Macron y se conforma con los cacahuetes que Felipe González regalaba a Manuel Fraga. La degeneración de «Juego de Tronos», destruida por la intención de agradar en todo momento a su audiencia, puede explicarse por la proliferación de momentos solucionados mediante el recurso del Deus ex machina. Por decirlo Wikipedia, «elemento externo que resuelve una historia sin seguir su lógica interna». La degradación de las campañas, aniquiladas por la disposición de los partidos de halagar a una audiencia infantilizada, destaca a la izquierda por la distancia que va del florentino Rubalcaba al burdo Sánchez. A la derecha, no hay como asistir al duelo del PP y Ciudadanos para comprender que sólo un Deus ex machina podría salvarles.