Opinión

Tarradellas

En «Anatomía de un instante», Javier Cercas ejerció una magnífica reflexión histórica sobre el suceso clave de la transición, el golpe del 23 de febrero de 1981. Mientras el estado franquista se transformaba en un país democrático, todo pudo malograrse en al menos tres ocasiones: la primera fue la legalización del Partido Comunista, que tras secretas negociaciones entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, permitió la restauración monárquica. La segunda fueron las dificultades para la promulgación del referéndum de la nueva Constitución y la última la restauración de la Generalitat catalana, con el regreso del exilio del presidente Tarradellas. En un ambiente de grave crisis económica, el ruido de sables en los cuarteles y los más de doscientos asesinatos anuales perpetrados por ETA, la constitución de 1978 vino legitimada por la cooperación de los comunistas, los nacionalistas catalanes y los nacionalistas vascos, y aunque la monarquía disponía de otros importantes apoyos, sin esos tres pilares la fractura política de España corría un alto riesgo. El 16 de abril de 1977, el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, anunció que los comunistas aceptaban la bandera roja y gualda como «símbolo del Estado». El día 23 de octubre de 1977 regresó el president de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas, tras una intensa y secreta negociación. La llegada de Tarradellas a Barcelona fue apoteósica, cerraba sangrantes heridas y evitaba un camino de ruptura que podría traer funestas consecuencias. El proceso populista y soberanista quiere ahora reescribir la historia y borrar la enorme joya de ingeniería política que se realizó en tan convulso como apasionante tiempo. El «prusés» separatista» ha elaborado una lista de agravios para justificar una ruptura con España, cuyo autor intelectual ha sido el corrupto Jordi Pujol. El 16 de abril de 1981 «La Vanguardia» publicó una carta de Tarradellas señalando las perversas intenciones de Pujol: «Ciertas declaraciones que España nos persigue, que nos boicotea, que nos recorta el Estatuto... es decir, según ellos, se hace una política contra Cataluña». Tarradellas defendió una política no separatista de respeto a los castellano hablantes y colaboración con el resto de España. Tarradellas denunciaba las intenciones del nacionalismo: «Se había dedicado a romper los vínculos de comprensión, buen entendimiento y acuerdos y que conllevarían a la ruptura de la unidad de nuestro pueblo y la división cada día será más profunda, y se alejará más y más de nuestros propósitos de consolidar para nosotros y para España la democracia y la libertad». Han pasado 38 años de la carta, en la que advertía de la enorme división que produciría entre los catalanes el proyecto pujolista. Pujol vetó a Tarradellas concluir con un «Viva España’» el discurso de traspaso de poderes. El espíritu de Tarradellas debe volver a la política catalana. ¿Alguien será capaz de encarnarlo? Seguro que sí.