Opinión

La fragatita cobarde

Rebelión a bordo. España tiene un grave problema con sus Fuerzas Armadas. Un barco de guerra no solo va a dar chuches en zonas de conflicto. Puede encontrarse con una escena que vaya más allá de los chistes de Gila. De repente, una flota en Desembarco del Rey esperándote. Y el dragón iraní dispuesto a embestir con todas sus ganas. En ese momento, no puede uno darse la vuelta, que es lo que ha hecho la fragata española que acompañaba al operativo de EE UU por orden de nuestro Gobierno. Hombre, es que en Moncloa pensaban que estábamos de crucero y que en algún momento aparecería Penélope Cruz. El pacifismo está muy bien siempre que todas las partes lo practicaran. En caso contrario hablamos de cobardía, de falsa paz. La mejor manera de que te sigan haciendo «bullying» en el patio del colegio es no hacer nada.

En fin, cada uno sabrá cómo debe mover las piezas en el tablero. Esos generales delante de un simulacro del campo de operaciones. Lo que no es discutible es la imagen que da España ante el aliado más fuerte del mundo y las consecuencias que simpre se ligan a decisiones que son deserciones. El nuevo socialismo quiere vender armamento a Arabia Saudí y dormir tranquilo, engañándose y engañando. Acoger a Leopoldo López en nuestra embajada sin que se enfade el gorilón de Caracas. Como si la política internacional fuera en realidad un videojuego, un «Fortnite» con el que se encierran en la habitación del pánico, o una serie de George Clooney para el que ninguna guerra es justa. Puede que tenga razón si analizamos el significado de Justicia. Otra cosa es si es el mal menor. Hasta la podemita Khalessi tiene un mal día y manda a sus huestes para que llueva ceniza. La fragatita, en cualquier caso, ni siquiera iba a librar ninguna batalla. Pero la política, sobre todo en vísperas de una segunda vuelta electoral, avista más réditos en esta retirada que en los contratos con Navantia que pueden irse al pairo. Al cabo, 16.400 millones de euros, un piquito del déficit. Que hagan un referéndum a las puertas de los astilleros, un lugar maligno donde se fabrican armas de matar y donde acabarán manifestándose antimilitaristas como los que decían adiós a los cerdos en la entrada de los mataderos. Y aún dicen que no es política y lanzan bombas sonda con el gas de la risa. Un torpedo, que diría Chiquito.