Opinión

La UE, ¿un modelo caducado?

Las elecciones del 26 de mayo invitan a la reflexión sobre la supervivencia de un club que año tras año ve mermados sus porcentajes de población y riqueza respecto al resto del mundo mientras mantiene a duras penas el estado de bienestar y sus valores democráticos. Un tablero internacional cada vez más incierto le obliga a nuevas alianzas y a fortalecer su estructura.

La UE ha empezado a percibirse a sí misma como una especie protegida, una reserva natural, un pequeño reducto de paz, prosperidad y respeto a los Derechos Humanos que se ve amenazada por un lugar cada vez menos sobresaliente en el mundo y aquejada por profundas crisis internas que propician, precisamente, que el paraíso pueda tocar a su fin. La vieja europa parece haberse resignado a dejar de ser un continente que exporta democracia, tecnología, arte y modo de vida y, en resumen, influye en el resto del globo. Parece abocada a convertirse en un museo que tan sólo puede aspirar a mantenerse en buen estado y listo para ser fotografiado.

Tal y como recoge el Libro Blanco sobre el Futuro de Europea publicado en 2017 -antes de la celebración del 60 aniversario de la UE-, el eje de gravedad se está desplazando a otras partes del mundo. Los datos ofrecen poco margen para las dudas. Europa representa una proporción cada vez menor de la población global. Si en 190, los europeos eran la cuarta parte, en 1960 se habían reducido al 11%, en 2015 suponían  un 6% y en 2060 esta cifra se reducirá hasta 4%. A esto se suma una población cada vez más envejecida: En 2030, la edad media en América del Norte será de 40 años, 34 en Latinoamérica y el Caribe, 45 en Europa, 21 en África, 35 en Asia y 35 también en Oceanía. La media mundial será de 33.

En términos económicos, la UE a Veintisiete del 2014 suponía el 26% de PIB mundial (Reino Unido el 5%), superado por el  PIB de EEUU del 28% -China se situaba muy lejos aún con tan sólo un 5%-. En 2015, los Veintiocho suponen el 28%, Estados Unidos el 24% y China ha triplicado su peso de manera espectacular: el 15%. Todo el mandato de Ángela Merkel ha estado marcado por una sucesión de números 7-25-50. “Europa representa el 7% de la población mundial, el 25% de la producción industrial y el 50% del gasto social de todo el planeta. Ése es el problema de los europeos”, ha esgrimido la canciller en diferentes ocasiones. ¿Se puede pagar?

La UE se enfrenta al  reto de preservar su Estado de Bienestar y sus valores. Y no parece tarea fácil. “La caída de los partidos socialistas europeos ha venido marcada por la crisis económica tras la quiebra de Lehman Brothers en EE UU y los diez años de Depresión. Ahora los partidos de la familia popular se ven enfrentados a otra crisis por el tema migratorio. En realidad, los dos son aspectos ligados a la globalización” reconoce un alto cargo europeo  Fruto del castigo a los dos grandes partidos tradicionales, las encuestas revelan que –por primera vez desde los primeros comicios en 1979- populares y socialistas no conseguirán el 50% de los escaños en las próximas elecciones a la Eurocámara.

La UE como manto protector

Miedo a perder el nivel de vida y la identidad. ¿Están justificados? Es una pregunta difícil de responder, pero el diagnóstico parece compartido. Hay una palabra que ha hecho fortuna en la burbuja comunitaria: proteger. Lo ha prometido el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, el presidente  francés Emmanuel Marcron y la reciente presidencia austriaca capitaneada por Sebastian Kurz. Proteger, proteger, proteger.

No todo el mundo comparte la estrategia. “¿Protección de qué, exactamente? ¿Migrantes? ¿Terroristas? ¿América, Rusia, China? ¿Tecnología? Los miedos hacen que la gente se quede en casa, no que vayan a votar”, explica Shada Islan, investigadora el “think tank” Friends of Europe en su artículo “Juncker se equivoca. Los europeos no quieren una Europa que les proteja sino que les apasione”.

Ante esta crisis identitaria europea, hay quien apuesta por dar marcha atrás. Populismos y movimientos euroescépticos de diferente pelaje apuestan por el repliegue nacional en algunas áreas, en muchas o en casi todas. Una UE no quizás destruida, pero sí prácticamente irreconocible. Pero aunque el relato maniqueo entre proeuropeos y eurófobos, buenos y malos, es habitual en la prensa europea, en el segundo bando hay también muchas dudas. El primero en expresarlo con contundencia fue el primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte  cuando abjuró del principio establecido en los tratados de “una unión cada vez más estrecha” entre los socios en el foro de Davos. No es el único que lo piensa. Merkel también es partidaria de ir con pies de plomo a la hora de dar pasos de integración en algunos ámbitos y el grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) ven con entusiasmo esta posibilidad.

Los efectos de estas dudas son más que visibles. En esta legislatura ha sido imposible avanzar hacia un reforma del sistema de asilo o de la zona euro que, al establecer mecanismos de solidaridad comunes, propicie una UE con un enfoque más social. Pero, aunque en muchos momentos parece que los Veintiocho se han limitado a dar tumbos mientras gastan grandes dosis de energía en resolver el atolladero del Brexit, se está produciendo un cambio en la UE como actor global.

Islam defiende en el artículo antes citado abandonar el pesimismo ante el nuevo sentimiento de orfandad europea. “Algunos en Europa y América pueden disfrutar hablando sobre destruir la UE, pero muchos en el mundo están trabajando duro para comprometerse con el mayor mercado y bloque comercial del mundo. Por los últimos 70 años, Europa ha mirado hacía el Oeste a EE UU en busca de fuerza y valor.  Ahora  debe ampliar su mirada para incluir a nuevos gigantes económicos mientras trabaja en su propia autonomía estratégica, económica y política”.

El huracán Trump

La irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca dejó en estado de shock a las cancillerías europeas. Hasta el punto, de que los Veintocho celebraron una encuentro, días después, bautizado como “la cena del pánico”. Las relaciones fueron muy complicadas  durante los primeros meses de mandato y  lo siguen siendo. “Esta administración es inescrutable. Tenemos como embajador a un tío muy listo y no nos enteramos de nada” reconocía un alto cargo europeo durante los primeros meses. Y aún no había comenzado el baile de despidos.

En honor a la verdad, Trump se encontró un orden internacional ya bastante desordenado que él ha contribuido a seguir poniendo patas arriba. “Admiro mucho a Barack Obama y su elección fue acogida por todo el mundo con júbilo, pero la verdad es que se la metieron doblada muchas veces: anexión de Rusia de la península de Crimea, Siria, Libia….”,  asegura sin pelos en la lengua otro diplomático.

Bruselas intenta, poco a poco, independizarse del “Tío Sam” con las puertas siempre abiertas a seguir colaborando. Difícil equilibrio. “La OTAN seguirá aportando seguridad militar a la mayoría de los países de la UE, pero Europa no puede ser ingenua y debe velar por su propia seguridad. Ser un «poder blando» ya no es suficiente cuando la fuerza puede prevalecer sobre la ley”, reza el Libro Blanco.

Como pasos importantes en esta legislatura, un gran salto para renovar la anquilosada industria militar europea a través de un nuevo fondo para la defensa y proyectos de nuevos equipamientos entre grupos de países. Aunque Trump ha amenazado a aliados con dejarlos a la intemperie si no gastan el 2% del PIB en Defensa , esos intentos de competir con la poderosísima industria armamentista estadounidense han levantado las iras de la Casa Blanca. La última cumbre de la OTAN en Bruselas fue de alto voltaje. Trump incluso amagó con exigir el 3%. “Él es especialista en crear un problema dónde no lo hay y, después decir que lo ha resuelto aunque sea mentira. Todo a cambio de dinero”, resume un alto diplomático, en referencia a ese encuentro internacional.

La UE también está luchando por ofrecer una alternativa a la postura estadounidense en Oriente Medio (negativa a trasladar las embajadas a Jerusalén, al igual que ha hecho Trump); intenta mantener vivo el acuerdo nuclear con Irán y pide contención en la zona y se niega a una intervención armada en Venezuela. Mientras tanto, intenta templar los ánimos en el terreno de la guerra comercial mientras sigue apostando por acuerdos en este terreno con potencias como Canadá y Japón.

China como amenaza

Pero la postura respecto a EE UU no es el único quebradero de cabeza de los Veintiocho. Dos potencias importantes forman parte del tablero: China y Rusia. Pekín se ha convertido en un actor decisivo en los últimos años, pero parece que a Bruselas le ha costado tiempo darse cuenta. 2019 ha sido el año de la pérdida de la ingenuidad. Las cancillerías europeas no renuncian a llegar a acuerdo con la potencia emergente en ámbitos como el cambio climático tras el portazo de Trump al acuerdo de París, pero han comenzado a recelar del gigante asiático. Y también han comenzado a exigirle pasos. Bruselas desconfía del predominio tecnológico chino a través de las redes de alta tecnología 5G e incluso teme -como Trump- que el Gobierno de Pekín pueda utilizar la implantación de la empresa Huawei para espiar a los europeos. Asimismo quiere forzarle a que abra su mercado de licitaciones, luche contra el “dumping” comercial y no imponga restricciones a la propiedad intelectual; en el ámbito exterior los Veintiocho ven con recelo la implantación de China en los Balcanes y África y desconfían de la implantación de Pekín en sectores estratégicos europeos con especial énfasis en la red de infraestructuras conocida como la “Ruta de la Seda”. En este triunvirato no podemos olvidar a Rusia. Un actor que divide a los Estados europeos entre aquellos más partidarios de la mano dura y los que –debido en parte a la dependencia del gas- prefieren no romper la baraja y no enfadar demasiado a Vladimir Putin. La salida de Reino Unido del bloque comunitario (si llega a consumarse), conocido por su postura de dentro del primer grupo, puede hacer oscilar el péndulo (aún más) hacia la realpolitik.

Muchos intereses y alianzas cada vez más impredecibles y volátiles. “En un mundo incierto, la fascinación por el aislamiento puede resultar tentadora para algunos, pero las consecuencias de la división y la fragmentación serían de gran calado. Expondría a los países europeos y a sus ciudadanos al fantasma de un pasado de división y les convertiría en presa de los intereses de poderes más fuertes”, expone el libro blanco. Sólo el tiempo dirá si los Veintiocho (o Veintisiete) son capaces de superar sus diferencias y encontrar una brújula común ante las tumultuosas aguas del mundo del siglo XXI.