Opinión

Trump, fuerza y mentiras

El rosáceo e inexpresivo rostro del presidente estadounidense Donald Trump se crispa a menudo en las pantallas televisivas cuando anuncia medidas que acabarán con efectos desestabilizadores para algunos de sus enemigos o aliados. Es un personaje que, al margen de su entusiasmo por los twits y su peculiar cabellera postiza, estima que su país debe estar continuamente en el candelero amenazando con medidas de fuerza sin llegar a culminarlas. Trata de mostrar sus dotes varoniles más allá de los escándalos sexuales que se le atribuyen. Resulta un claro macho alfa al que no le bastó alcanzar cierta cúspide económica y emprendió la carrera hacia la presidencia con muy escasas posibilidades de triunfo. Pocos republicanos creían en él, aunque decidido admirador de Putin, otro modelo a considerar –pese a que su país respire aires que no superaron el despotismo zarista– logró una presidencia repleta de sombras. Ni siquiera se esclarecieron los apoyos que recibió o las probadas relaciones de su primogénito con una Rusia interesada en transformar la democracia estadounidense en un sistema que, en política internacional, anda siempre sobre cristales rotos. En lo nacional trató también de borrar cualquier huella de su antecesor en la medicina solidaria y sigue estando en su horizonte la construcción de la valla contra la emigración mexicana o centroamericana. La política exterior del presidente parece desarrollarse en forma de incontrolados impulsos, aunque siempre en parecida dirección. Creímos que había logrado crear vínculos de amistad con Kim Jong-un, presidente del Partido de los Trabajadores y de Defensa, porque la presidencia de Corea del Norte fue abolida. Se trataba, como en Irán, de que el país no desarrollara armas nucleares que pudieran alcanzar a los EE.UU. o significar un peligro para sus aliados. Sin embargo, las relaciones, tras una inicial euforia, se debilitaron poco después.

En 2015, EE.UU. se retiró del acuerdo suscrito con Irán, en el que participaban también Rusia, China y algunos países de la UE. Tras aplicar sanciones económicas al comercio, básicamente petrolífero, sus planes consisten, según Patrick Shanaha, secretario interino de Defensa, en trasladar 120.000 soldados estadounidenses, por lo menos, a Oriente Medio y patrullar con su flota, encabezada por un portaviones, en el estrecho de Ormuz, clave para el comercio del crudo, aunque más tarde lo desmentiría. Todo ello, tal vez, pueda tener relación con su posición frente a Israel. Se quedó solo al reconocer su nueva capital y éste entiende que su primer enemigo es, por su posible fuerza nuclear, Irán. Apoyó los sangrientos ataques israelíes en la zona de Gaza, pero no es de extrañar que Trump, como sus antecesores, pretenda desplazar las crisis lo más lejos posible de sus fronteras.

Ya desde las guerras de Irak se logró desestabilizar Oriente Medio y en ello sigue. El pasado lunes ya declaró que «Irán ‘’sufrirá mucho’’ si intenta algo contra EE.UU». Todo el embrollo iraní parece fruto de una serie estadounidense de complots y espionaje. No lo logró hace poco en un nuevo intento de golpe en Venezuela. La intervención directa, sugerida ante el asombro de quienes están sobre el terreno, no llegó a cuajar. Más peligrosa resulta su reiterada iniciativa de guerra comercial con China. El crecimiento del país asiático parece imparable y los EE.UU. lo conocen bien, porque los fondos chinos sostienen en buena medida la deuda estadounidense. La iniciativa no ha sido seguida por la UE, dejada siempre de lado por Trump, quien no la entiende como socio y aliado, sino como un peligroso rival económico. Su improbable proyecto consistiría en conseguir que parte de las empresas chinas emprendieran camino de Taiwán. Por el momento ha prohibido la poderosa Huawei, que había logrado una profunda integración en EE.UU. y conseguía destacados avances tecnológicos. Esta guerra comercial supone también un desafío a la UE que trató siempre de mantenerse como aliada y socia sin reparar en el poderoso crecimiento de China y su expansión comercial. La política de Trump consiste, dados los datos de que disponemos, en conducir las situaciones peligrosas hasta el borde del precipicio, aunque evitando una peligrosa caída. Sin embargo, instalarse en él, crea excesivos riesgos y cualquier accidente se convertiría en catástrofe. Pero la política exterior, tejida de bravuconerías, no interesa al grueso de los votantes del actual presidente, ya que ni siquiera han salido de su estado y hasta desconocen Washington. Las mentiras políticas, tan habituales en sus twits, responden a esta ultraderecha que trata de imponerse urbi et orbi. El mecanismo de la mentira tampoco es nuevo en el ámbito político. Por desgracia, viene de lejos, aunque hoy se ha instaurado con descaro. Trump ha elegido la soledad en el poder, quemar equipos y posibles aliados. Agobiados por elecciones sucesivas sólo nos cabe alejarnos en lo posible de lo que semejan tiempos decrépitos. La retirada de la fragata Méndez Núñez de la flotilla estadounidense que se dirige al estrecho de Ormuz señala la buena dirección. Poco más podemos hacer sino reprobar las trampas de un gobierno que se proclama defensor del mundo libre.