Opinión

El caso «Méndez Núñez»

La conveniencia de la retirada o no de la Fragata «Méndez Núñez» del grupo de combate del portaviones «Lincoln» se presenta como asunto de difícil decisión. Principalmente porque nos haría falta conocer más datos, especialmente acerca de la verosimilitud de lo alegado por la administración Trump sobre unos planeados ataques iraníes contra personas y bienes occidentales de los que hasta la fecha no han sido facilitados detalle alguno. La sombra de los falsos motivos alegados en su día por la administración Bush II para invadir Irak –el que Hussein tenía armas de destrucción masiva– planea sobre todo este affaire. Si la situación no está clara, la decisión del Gobierno español siempre tendrá riesgos. Pero sobre lo que si hay certeza, es que su puesta en práctica ha sido torpe e improvisada. Y también aquí –sobre esta decisión española– se cierne otra sombra: que el Gobierno haya actuado en clave electoral inmediata con el siempre demagógico eslogan del «no a la guerra» disfrazado esta vez de solidaridad europea.

El factor principal a favor de la retirada es la errada política de la administración Trump de hostigar y arrinconar a Irán contribuyendo así a dificultar el equilibrio entre suníes y chiíes donde reside la única esperanza de paz en Oriente Medio. Este equilibrio fue facilitado por el acuerdo nuclear con Irán firmado por la administración Obama, los europeos, Rusia y China del que Trump se ha retractado violentamente hace un año. Pero también hay factores en contra de la retirada de nuestra Fragata. El primero de ellos es la pérdida de credibilidad como compañero de armas en los momentos difíciles que va siempre asociado a estas retiradas o cambios de opinión en asuntos de seguridad. La disminución de probabilidades de que se adjudique a un diseño de Navantia un importante contrato de veinte fragatas norteamericanas es un segundo factor a tener en cuenta.

La Armada española ha venido esforzándose durante más de sesenta años en establecer unas relaciones cordiales con la Marina norteamericana –materializadas especialmente en el apoyo que presta la Base Naval de Rota– que en un momento de necesidad pudieran servir de vehículo a una coordinación a nivel político y diplomático entre ambos gobiernos. Les puedo asegurar que esto no es una elucubración teórica pues personalmente he sido testigo de alguna de estas relaciones a alto nivel político. Por eso puede que haya sorprendido a muchos que una fragata española –que no es ni mucho menos la primera y confiemos no sea la última– se pueda integrar en un grupo de combate norteamericano. Esto mide no solo un grado técnico de interoperabilidad sino una confianza –ahora algo debilitada– en una marina aliada. Un grupo de combate norteamericano centrado en uno de sus escasos once portaviones no está para hacer «ejercicios» sino presencia disuasoria y eventualmente proyección de fuerza. Así ha venido sucediendo hasta hace poco con los bombardeos contra los efectivos terroristas islamistas wahabitas del Daesh. Las mayores dificultades del despliegue del grupo del «Lincoln» se preveían en los mares cercanos a China donde la actitud de esta nación es contraria al Derecho marítimo internacional y no en el Oriente Medio donde el citado Daesh había sido casi neutralizado, al menos como amenaza convencional. Pero esto es lo que tienen las situaciones operativas: que cambian continuamente, al menos más rápidamente que la confianza entre aliados. Por otro lado si yo fuese el Comandante operativo norteamericano del teatro lo último que haría sería meter al grupo del «Lincoln» en el Golfo Pérsico donde, en caso de ruptura de hostilidades, el portaviones estaría muy expuesto incluso ante los rudimentarios medios iraníes. Sería una ratonera; como en una pelea de ciegos. Los norteamericanos pueden bombardear con medios aéreos desde el Golfo de Omán sin exponerse tanto.

Si Ud. querido lector se molesta en mirar un mapamundi creo que verá conmigo que España parece como una mano al extremo del brazo europeo que se extiende hacia el Atlántico, hacia América. Es una mano que está abierta nada menos que desde 1492. En el dedo meñique de esa mano está Rota; por eso los norteamericanos están ahí desde hace décadas y nuestra Armada se esfuerza en mantener vivo este vínculo, este gesto de amistad: por entender que es lo mejor para España y en cierto modo también para Europa.

Las marinas militares obedecen a sus gobiernos, especialmente a los democráticos. Obedecen incluso cuando sus decisiones son erróneas. Si a la US Navy se le ordena bombardear objetivos iraníes –lo que sería una grave equivocación– lo hará. Si a la Armada se le ordena retirar definitivamente a la «Méndez Núñez» aunque lo de Trump vaya de farol –y por lo tanto la decisión española sea un error– lo deberá hacer también. Esperemos que las aguas se tranquilicen, no pase nada que pueda dificultar aún más la paz en Oriente Medio durante otros largos años, que el Gobierno norteamericano tenga la generosidad de volver a readmitir la fragata en su cometido anterior y el español la clarividencia de comprender lo mucho que hay en juego. Que la mano del brazo europeo siga abierta y que España y su Armada puedan contribuir a que estrechemos la americana con sinceridad y firmeza cuando haga falta.

Verdaderamente la del gobierno español era una decisión difícil. Habría que haber apostado pensando que lo de Trump no será definitivo. Que siempre podremos echar la culpa de todo al Bolton de turno.