Opinión
El show de los payasos
Cuarenta y un años de Constitución no merecen el «show» de los payasos, ayer en la Carrera de San Jerónimo. El texto fue forjado en acero irrompible. A ver cuánto resiste frente a las monerías de quienes, como Gabriel Rufián, prometen «Por la libertad de los presos y exiliados políticos, por la República catalana y por imperativo legal». A lo peor es problema mío, que escribo desde Nueva York e imagino qué le sucede a un congresista si jurase por la secesión de los Estados confederados. La mascarada fue una entre muchas y dejaba el «Por España, juro», de Abascal
y cía. en un puro laconismo de corte monástico. Tampoco los «derechos sociales», enésima pantomima cortesía de la tontiloca bancada de Podemos, presa de una imparable querencia infantiloide y una irredimible putrefacción ideológica, alcanzó a eclipsar las batasúnicas variaciones de los diputados secesionistas, algunos de ellos procesados por un intentar un asalto a la democracia. La presidenta de la cámara, Meritxell Batet, fue leal a su bien ganada fama de alfombra a merced de la piara nacionalista. Se trata de una mujer a la que Cayetana Álvarez de Toledo regaló un traje a medida cuando le recordó en TV3 su condición de pionera, de submarino en las filas de lo que en el PSC pudiera quedar de lealtad al 78 al apoyar el, uh, derecho a decidir. «Yo realmente la escucho», disparó Cayetana, «y es cómo escuchar pompas de jabón que suben en el aire, desaparecen, explotan y se convierten en nada. Jamás vamos a defender la autodeterminación, etc. ¿Quién rompió por primera vez la disciplina de voto del PSOE ¿Quién por votar a favor de la autodeterminación y el derecho a decidir? La multaron, señora Batet.Ya no la multarían porque el señor Sánchez ha asumido las tesis que usted defendía». Recomiendo buscar ese momento. Anotar mentalmente la sonrisa colérica de Batet. Comparar la forzada comodidad con la que encaja la paliza dialéctica con el trato beatífico que dedicó a los golpistas. El choteo de los juramentos sólo puede desecharse como folklórico por quienes todavía creen que las soplapolleces ante el golpismo servirán para contenerlo. Al contrario, lo alimentan. Los tiburones huelen el cansancio, la debilidad de la presa, la proverbial gota de sangre de un sistema zarandeado por la conjura de todos los judas.
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