Opinión
Amancio
Amancio Ortega es la marca española por excelencia. No hace falta decir el nombre de sus tiendas, él es ya, en sí mismo, el retrato del sueño posible. De que un hombre humilde puede, gracias a su talento y esfuerzo, convertirse en un exitoso empresario. Está claro que, como cualquier empresario –o cualquiera que no lo sea–, Ortega no es imbécil. Y quiere pagar los impuestos que le corresponden, pero aprovechando todo cuanto esté en su mano para no hacerlo de más. Y si alguien tiene pruebas de que Ortega hace otra cosa, que lo diga ahora o que calle para siempre. Me refiero a Pablo Iglesias y a Podemos, empeñados en asegurar que es un defraudador encubierto. Ya pudre pensar que, si saben algo, no lo pongan en conocimiento de la Justicia. Pero más aún que le apunten con el dedo por donar casi 700 millones de euros para tecnología contra el cáncer. ¿Limosna? Ojalá la diéramos todos en la medida de nuestras posibilidades, más allá de los impuestos. Y ojalá supiéramos que no es obligatorio ni para los ricos. Que lo hacen solo las personas de bien. Y que no se trata de criticar a los que lo hacen por no dar más, sino de que cada uno ayude como pueda (a veces con solo tiempo y ni siquiera dinero), en una sociedad siempre desigual desde la propia naturaleza. Es curioso, porque eso de señalar al rico como culpable («más difícil será que un camello entre en el reino de los cielos a que un rico entre por el ojo de una aguja») es muy de los Evangelios. Debe de ser que Iglesias y Podemos están muy influenciados por ellos.
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