Opinión

La piedad de ERC

Sara Jordà Guanter fue asesinada el 11 de agosto de 1938, en el castillo de Montjuic, junto con su prima Joaquima Sot Delclós, las enfermeras Catalina Viader, Carme Vidal, Rosa Fortuny, Maria Gil y otros 57 hombres.

En julio de 1938, la joven Maria Rosa Tutau, se entrevistó con el presidente de la Generalitat catalana y de ERC, Lluís Companys. Hija de Sara, nieta de dos conocidos prohombres catalanes: Juan Tutau Verges –ministro de Hacienda durante la Iª republica– y de Tomás Jordà Genover –alcalde de Figueres–; imploró clemencia para su madre, Sara Jordà, y emprendió una campaña internacional para conseguir clemencia con el apoyo del director de «L'Independant», el embajador francés y el cónsul británico, en un intento desesperado de lograr su indulto. El presidente Companys contestó a la hija de Jordà: «Para los traidores no hay piedad». Sara Jordà nació en 1895 en el seno de una familia católica y republicana, extraña mezcla en una España polarizada, pero de un acendrado amor a España, en tiempos convulsos. Volcada en actividades caritativas y de ayuda social a los más pobres, al inicio de la guerra civil se integró en «Socorro Blanco», una asociación en la que se volcó de forma altruista, pagando con su vida tan noble ideal. Organizó una enorme trama de ayuda a personas perseguidas para salvarlas de la muerte, infiltrándose en centros oficiales de Girona para obtener documentación falsa, las firmas y sellos necesarios para organizar expediciones de huida por los caminos de Francia. Cientos son las personas salvó de una muerte segura, en su inmensa mayoría burgueses de Barcelona, a los que hoy, sus nietos no dudan en apoyar a los acólitos de Companys. Descubierta la red, Sara fue detenida, torturada por Julián Grimau y condenada a muerte por el Tribunal de Alta Traición, con el visto bueno explícito del presidente de la Generalitat. Lluís Companys fue amnistiado tras sublevarse en 1934 al dirigir un golpe de estado contra la República. Nicolás Riera Marsá Llambi, fue detenido a principios de 1938, y estuvo en la «checa» de la Plaza de Berenguer el Grande, que mandaba Julián Grimau, bajo la acusación de alta traición. Testificó sobre las torturas a las que fue sometida su compañera de presidio Jordá: «Sobre Grimau concretamente, debo manifestar que desde el primer momento demostró una vileza y una degeneración absolutas. Los interrogatorios los hacía él personalmente, acompañado, en ocasiones, por dos más y una mecanógrafa. Como actos graves conocidos, conozco lo realizado contra la integridad personal de don Francisco Font Cuyás, doña Sara Jordá Guanter y algunos otros cuyos nombres no recuerdo. Empleaba el tal Grimau un dispositivo eléctrico acoplado a una silla. Usaba también una cuerda de violín o de violoncelo puesta en un arco de violín, que provocaba, aplicada sobre la garganta del interrogado, una agobiante asfixia que enloquecía al torturado». Para los traidores no hay piedad. Palabra de ERC.