Opinión
Barcelona, España
Escucho a Maragall donde Ana Rosa. Gobernará para todos los ciudadanos, o sea, para la minoría independentista, al tiempo que Ada Colau, catastrófica, insistía durante la noche en que debe gobernar la izquierda. La izquierda, ja. La izquierda que abandonó a los suyos a cambio de que los supremacistas te eximan del etiquetado «facha». Más preocupada por aislar a la derecha democrática y estigmatizar a los liberales, por medrar junto a las formaciones paleocarlistas y condonar los desbarres del mesías de Waterloo, y por asumir las grandes trolas nacionalistas, empezando por la inmersión, que por denunciar la irrenunciable condición ultra de Torra y cía. La izquierda colauera, sentimental, sensible, sensitiva y yeyé. Que indecente en su comportamiento hacia los constitucionalistas, desleal durante los días aciagos, tira de diseño. Paquetitos bien envueltos, mensajes liofilizados, autoentrevistas dignas del Capote trillado y cocainómano pero sin asomo de la inteligencia, mala hostia y cultura del enano genial, para potabilizar la triste sumisión a los cuatreros del 1-0. Con todo la prueba del algodón la afrontará el PSOE. De Colau no esperamos nada. Del PSOE, aunque sometido a los dicterios catalanistas del PSC, los más ingenuos seguiremos reclamando una oposición frontal, completa, infranqueable, a la basura ideológica de una ERC reventona de demagogia, xenofobia y mentira. No hay trato posible con un partido que tiene a sus grandes tótems juzgados por rebelión o prófugos, no hay disculpas creíbles ni coartadas suficientes para dialogar con quienes aspiran a no vivir con sus vecinos. En cuanto a Manuel Valls, ojalá permanezca en la trinchera, bastión de una política ilustrada, europea, progresista, profundamente respetuosa con la médula ilustrada de un continente siempre acuciado por los aullidos nacionalistas y más necesitado que nunca de vitaminarse para impedir el avance de los enemigos de la democracia, el humanismo y la ciencia. No pudo ser en Barcelona, a merced de todos los vientos, maltratada por las ocurrencias de una gente tan ducha para capitalizar las frustraciones como incapaz de aportar soluciones, pero tampoco el independentismo, en su momento de mayor ebullición, ha logrado arañar más que un triunfo demasiado precario. Tendrá que conformarse con la cámara de comercio y con la Cataluña interior, territorio abonado al delirio merced al absentismo del Estado y la fantasía de que era factible apaciguar a quienes hace años comprendieron que la mejor táctica consistía en declararse permanentemente insatisfechos.
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