Opinión
Cintas de vídeo
En los días pobres y felices del cine en sala existía una criatura llamada cine de arte y ensayo. En esa categoría podría incluirse una película muy comentada entonces, «Sexo, mentiras y cintas de vídeo». Después de varias semanas extenuantes, con cero sexo y muchas mentiras, meticulosamente remontadas por la sala que preside Marchena, llegan ahora las cintas. Unos artefactos que los púberes consideran infalibles por cuanto lo que ves es lo que hay, olvidando que la cámara enfoca o no, aleja o hace zoom, encuadra o destierra más allá del marco, y por supuesto existe luego esa cosita llamada edición, y que por burda que sea siempre puede trabar la correcta visualización de los hechos. Que existen, no se equivoquen, no me sean «posmomemos», pero también exigen unos trámites, unos controles, unas reglas y usos a fin de registrarlos y exhibirlos
con la mayor propiedad posible. Ahora, con la prueba documental, llega ese bello momento de comparar los golpes muy medidos, los gritos pacíficos, la resistencia a la violeta, los no pasarán con un clavel en la boca, con la pura y dura y realidad de lo que realmente sucedió en Cataluña, año cero, cuando las masas cantaban montañas nevadas y al fondo del pasillo se atisbaba el auge de la Dinamarca del sur, Escandinavia al fin libre del yugo heteropatriarcado, blanco, rancio, cuñadísimo, de esos maquetos y charnegos, hijos de charnegos y maquetos, que vinieron a estropear la fiesta. Ha sido emocionante, grada colindante a lo azucarero, escuchar a los Jordis, Jordis del alma mía, arengar a las masas aupados otra vez al Patrol. «Estamos subordinados y decididamente alzados por luchar por nuestra libertad, nuestras instituciones, nuestro país». Miren, yo no sé qué decidirá la Sala. Si serán condenados o no. Pero en esa frase, como en el núcleo generador de los átomos más dotados para alimentar hongos nucleares, se adivina todo o casi todo. La patrimonialización, nuestras instituciones, nuestro país. La lucha, que el pueblo unido jamás será vencido y a la lucha, compañero del alma, a la lucha y al loro. Por ultimo. Las alzas. Alzados, dicen, sin comprender hasta que minucioso punto retrataban su posición, sus coordenadas, y esa absoluta falta de reflejos para entender que vía hechos y, sobre todo, vía palabras, pegaban a la posteridad su rol muy acuñado en el quilombo. Entiendánlo. La libertad esperaba a la vuelta del calendario y sobre todo alzada a la espalda de un todoterreno. Sin asumir que el peso de la realidad, y el de la gravedad, dejarían constancia de sus pasos.
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