Opinión

Infancia libre, pero poco

En Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, la película de Stanley Kubrick protagonizada por Peter Sellers, aparece una escena maravillosa en la que se aborta un conato de pelea espetando a los contendientes un sonoro “Caballeros, no pueden pelear aquí. Este es el departamento de guerra”. Ese oxímoron es, posiblemente, uno de mis momentos favoritos de la cinta. Y no consigo quitármelo de la cabeza mientras leo las últimas noticias sobre todo lo referente al caso de la asociación Infancia Libre, esa que bajo tan reivindicativo nombre actuaba casi como un entramado criminal y cuenta ya con tres madres detenidas entre sus filas. Tres detenidas, incluida su presidenta, por secuestrar a sus propios hijos privando a los padres de su presencia. Secuestrando niños en nombre de la libertad. Si no fuera por lo dramático de la situación, pensaría que es un chiste de mal gusto. Casi me dan ganas de fundar una ONG, llamarla Adultos En Armonía y dedicarme a pacificar territorios a sopapo limpio. Por seguir en la línea.

Como no salgo de mi asombro, llamo por teléfono a mi compañero Daniel, periodista del diario El Mundo y uno de esos padres que estuvieron separados injusta y dolorosamente de sus hijos. Veinte meses, en su caso. Durante toda nuestra conversación no puedo dejar de sentirme angustiada pensando en lo que tuvo que pasar, en cómo debió sentirse en esos momentos. Pese a que me lo cuenta con serenidad e, incluso, sentido del humor, no consigo deshacerme de esa sensación incómoda. No puedo, ni deseo, imaginar lo que debe ser que te acusen falsamente de abusos sexuales cometidos contra tu propia hija, no poder ver crecer a esa criatura, no saber dónde ni en qué estado se encuentra durante tanto tiempo. No tener la certeza de volver a verla. No alcanzo a entender, y lo sigo intentando, qué puede llevar a una madre a perpetrar algo así. Algo tan abyecto como retorcer la legalidad premeditadamente para, faltando manifiestamente a la verdad, obtener rédito de algo tan sensible como la violencia de género. A costa del sufrimiento de otro ser humano.

Lo que es increíble no es que lo hagan dos o tres mujeres despechadas. Por mucho que algunos se empeñen, el género femenino no está exento de maldad. Sí lo es, sin embargo, que se organizaran y, bajo el paraguas de la figura jurídica de una asociación, estableciesen un sistema de cobertura desde lo médico a lo legal para asistir a toda madre que, como ellas, decidiera arrebatar los hijos comunes a sus ex parejas, por la razón que fuera. Tres detenidas, cinco denuncias en curso y la sospecha de más damnificados apuntan a que así era. A que el fin último de Infancia Libre no era tanto proteger a los niños de los abusos sexuales cometidos por sus padres, sino de fabricar evidencias a medida para aprovecharse de una ley de Violencia de Género que, a la vista de los hechos, desampara de manera manifiesta a una parte de la sociedad. ¿No es perverso? Aunque aún no hay abierto proceso en ese sentido, parece ser que las similitudes en los tres casos denunciados así lo indican. Si se confirmase este extremo pudiéndose acreditar, sí se iniciarían las diligencias precisas. Da miedo solo pensar que esa pudiera ser la realidad.

Me pregunto de dónde puede surgir un odio o rencor tan profundo como para confundir de tal manera a una madre y que llegue a poner, por delante del bienestar de sus hijos, su propio afán de dañar a alguien. Porque, no nos engañemos, en estos casos los niños también son víctimas. No solo se daña al padre. Esos niños han tenido que pasar por reconocimientos médicos, pruebas psicológicas y procesos judiciales. Niños manipulados para mentir, acusar y señalar. Niños aleccionados para fingir las secuelas de unos abusos sexuales que nunca, afortunadamente, sucedieron. Y niños, finalmente, alejados de sus progenitores.

Quiero pensar que, en su delirio, estas madres estaban convencidas de estar haciendo lo mejor para ellos, que los estaban protegiendo. Aunque eso no justifica lo que hicieron, necesito encontrar una explicación a todo este entramado nefando. Todavía me cuesta creer en la maldad pura, en la crueldad consciente. Pese a todo, pese a intentar presuponer en esas mujeres una causa justa, aunque sus actos no lo fueran, incluso convenciéndome de que ellas estuvieran seguras de que esos abusos habían ocurrido y actuaran de buena fe, no consigo encontrar el argumento exculpatorio para los profesionales que se hicieron cargo de esos casos. Los abogados, el psiquiatra, la psicóloga y la pediatra, que son casualmente los mismos en los tres casos denunciados, falsearon pruebas y testimonios para aprovecharse de una ley que, quizás y visto lo visto, merecería ser revisada. Profesionales claramente significados ideológicamente y que casi podría parecer que aprovechaban estos casos para validar sus tesis y reafirmarse en sus posturas. Mala praxis me parece poco para definir lo que hicieron.

La niña de Daniel está ahora con él. Su ex mujer, que la tuvo retenida en La Cabrera, en la Sierra de Madrid, y la obligaba a llamarla por otro nombre para no ser descubiertas, tiene una orden de alejamiento de la menor y no puede comunicarse con ella por ningún medio. Me consta que están bien y que estarán mucho mejor ¿Pero qué hay de lo vivido? ¿Quién devuelve a esos padres, a esos niños, la paz perdida?