Opinión

¿Dónde fue todo?

Los recuerdos se enredan como rabos de cerezas y, en ocasiones, tirando de uno acaban saliendo los más inesperados. Hace unos días, me vino a la cabeza la programación infantil de mi infancia y, de repente, tras «Jardilín y Cesta y puntos» aparecieron «Los Chiripitifláuticos». En otras palabras, ahí estaba un jardín de infancia donde no se enseñaba la inmunda ideología de género a criaturas de tres años, un concurso para escolares donde los participantes sabían más que muchos catedráticos de hoy y una serie inocente que podían ver los menores.

Sé que para muchos no significará nada como es posible que tampoco les diga lo más mínimo Sandokán, Orzowei o Miguel Strogoff. Sin embargo, para este antiguo niño de Vallecas aquel universo de fantasía convertía las calles sin asfaltar en la Siberia rezumante de tártaros o en los junglares de la Malasia. Entonces las brujas eran malas y odiaban a los hombres, pero no tenían escaños en el Congreso ni cobraban subvenciones ni se convertían en ministras o alcaldesas. En cuanto a las princesas, era todavía posible encontrarlas mientras soñábamos con convertirnos en gente valiente, leal y justiciera y no en difusores del cuento del cambio climático, de la estupidez suicida del multiculturalismo o de las supuestas bondades del totalitarismo.

¿Dónde fue todo aquel cosmos de belleza e ideales, de nobleza y valor, de amistad y aventura? La verdad es que no lo sé, pero sí puedo decir que aborrezco hasta lo más profundo de mi ser lo que ha venido a sustituirlo. Me da ganas de vomitar cuando contemplo cómo gays subvencionados enseñan a cargo del contribuyente las supuestas ventajas de la homosexualidad a criaturas de cuatro años. Se me revuelve el estómago cuando veo a nacionalistas mantenidos con el dinero de todos los españoles sembrar el odio embustero y violento contra España en unas aulas de donde los alumnos saldrán convertidos en verdaderos asnos –sin querer ofender a los burros– y fanáticos. Siento arcadas cuando sé de profesores sectarios y necios que enseñan que Lenin, el inventor del GULAG, fue un defensor de las libertades. Quizá en vez de tanto análisis sobre la responsabilidad de los políticos, deberíamos reconocer que el mal se afianzó cuando dejamos que se entregara la educación a los más indeseables, tanto que a la pregunta de ¿dónde fue todo? somos incapaces de darle una respuesta medianamente sólida.