Opinión

Hablaron los fiscales

Hablaron los fiscales y, por un momento, igual que cuando acudían los policías y guardias civiles, este cronista creyó atisbar la centelleante permanencia de la salud mental en un mundo que por momentos parecía a punto del naufragio. Sus parlamentos, pim, pam, pum, nos salvan de semanas disparatadas, Gandhis de mercadillo y afrentas a la razón. Me pareció de estricta justicia y oportunidad que citasen a Hans Kelsen. Casi lloro cuando el fiscal Zaragoza explicó que el «el objeto de este juicio nada tiene que ver con la criminalización de la disidencia política, no se persiguen ideas políticas ni tampoco proyectos políticos no compatibles con el orden constitucional». Obviedades, claro. Pero que conviene explicar de nuevo, deglutir bolo a bolo, consumir hueso a hueso, digerir ley a ley, para mejor desmontar el espantoso tinglado posmoderno de quienes hacen de las palabras disfraces con lentejuelas y de sus obligaciones un pasaporte todo a cien para darse gusto. Y muy bien por la acusación particular y su homenaje, justo, a los funcionarios, fallecidos, que pusieron los primeros sacos en la línea de resistencia de la democracia. Respecto a la abogada del Estado que sustituyó a Edmund Bal, el hombre que se negó a rebajar la acusación por rebelión y fue destituido para que el gobierno del presidente Sánchez allanara la negociación de los presupuestos con unos golpistas, y de la catadura y parlamento de una Rosa María Seoane que revirtió todo lo sostenido por la Abogacía del Estado durante meses de investigación y hasta noviembre, poco o nada que añadir. Su insobornable dignidad merece todos los privilegios, ascensos y premios que a buen seguro tendrán a bien concederle unos dioses siempre misericordiosos con los valientes. Digo. Y no podíamos irnos sin la enésima traición de las defensas. Que si exigimos más tiempo. Que si los fiscales hablaron dos horas. Como si el orden no hubiera sido pactado de antemano. ¿Acaso puede sorprendernos? Ante la lúgubre atonía de argumentos legales su táctica pasa por forzar el penalti, montar el pollo, llorar indefensiones e imaginar agravios con la pose engolada de los mejores mártires del Hollywood más infantiloide, acartonado y maniqueo. Del buen juego que ofrece el victimismo a los alevines de totalitarios saben sobradamente los nacionalistas. Herederos plenipotenciarios del franquismo, del que tanto mamaron sus padres. Por algo el partido como más alcaldes franquistas era la vieja CIU, ladrona incorregible en sus años de gloria y hoy, renacida bajo el caudillo Puigdemont, encima demenciada. Tampoco parece casualidad que sigan el ejemplo de aquellos espectros de los años treinta. Que invoquen la voluntad popular, el grito de la masa, la vibrante comunión popular, las coloristas formaciones patrióticas y sus juegos de luces, por encima de chorradas burguesas como la ley. Sus defendidos descreen de los valores republicanos, no confundir con la república, no digamos ya con la seva republiqueta, para enfangar a todos con deyecciones de paloma identitaria. Del pudridero de la historia, allí donde yace el momio del nazi Carl Schmitt con su saco de ideas venenosas, regresan para salvarnos de la birria de la democracia representativa. Esperamos con atención lo que tengan a bien contarnos sus abogados la próxima semana y haremos tiempo leyendo las enésimas gansadas que publiquen en prensa sus blanqueadores de guardia, equidistantes, finísimos, descreídos y cínicos mientras un atajo de sinvergüenzas intentaba «liquidar la Constitución de 1978» y atacaba «el orden constitucional mediante procedimientos ilegales y utilizando la violencia».