Opinión

Aprender de la Historia

Por sorprendente que resulte, las guerras civiles finlandesa (1918) y española (1936-1939) tienen semejanzas notables. Desde nuestro punto de vista actual ello puede sonar extraño. Fuera de Finlandia es poco conocido el hecho de que mi país sufrió una tragedia. Mucha más gente sabe que por dos veces se ha clasificado a Finlandia como el país más feliz y que se trata de uno de los Estados del Bienestar más ricos del mundo. Sin embargo, hace 101 años sufrió una trágica guerra civil con una tasa de víctimas (36.000) superior al 1% de la población. Las cifras de violencia política fueron elevadas y más de 13.000 personas murieron en campos de prisioneros en condiciones penosas. La guerra tuvo causas internas y externas. Desde el año 1809 Finlandia había sido una región autónoma dentro del Imperio ruso. La revolución de marzo de 1917 generó un vacío de poder en Finlandia, que carecía de instituciones de seguridad propias. La situación llevó en otoño a una confrontación, a un «doble poder», cuando los rojos (socialdemócratas) y los blancos (que apoyaban a los partidos burgueses) empezaron a crear sus propias fuerzas de seguridad (guardias). La Declaración de Independencia del 6 de diciembre de 1917 por el Gobierno burgués no resolvió los problemas sociales. Finlandia tenía desde el año 1906 un Parlamento basado en el sufragio universal, pero las autoridades zaristas habían impedido las reformas sociales. Entre la clase obrera la frustración era general. Desde el punto de vista de los tribunales la guerra civil, que estalló en enero de 1918, constituía una rebelión de los rojos. Cuando los rojos la iniciaron, el Gobierno huyó de Helsinki y el país quedó dividido geográficamente. El Gobierno rojo tenía su sede en la capital y el blanco en Vaasa, en la Ostrobotnia Meridional, donde el general Mannerheim empezó a arrebatar las armas a los soldados rusos, que seguían en Finlandia porque no habían tenido tiempo para trasladarse a Rusia, y a organizar el ejército blanco. La naturaleza del conflicto fue, sin ninguna duda, una guerra de clases. La población finlandesa estaba dividida en dos extremos opuestos: rojos y blancos, trabajadores rurales y urbanos (socialdemócratas) y blancos (burguesía, agricultores independientes y las clases media y alta; los partidos políticos conservador, liberal y agrario). La guerra terminó en mayo de 1918. La duración del conflicto fue menor debido a la ayuda de Alemania que solicitaron y obtuvieron los blancos, pero incluso tras la victoria continuó una dura represión con escasas garantías jurídicas. El remanente del Parlamento aprobó rápidamente en mayo legislación sobre tribunales para delitos políticos, que tramitaron, a partir de junio, más de 75.000 casos. El delito de que se acusó con más frecuencia fue la colaboración en la (presunta) traición. La prisión de 2 a 4 años fue una pena normal, que conllevaba la pérdida de los derechos civiles. Los tribunales impusieron 555 penas de muerte, de las cuales se ejecutaron 120. Sin embargo, ya a finales del otoño de 1918, la política de represión cambió por una de integración. Se concedieron indultos, se dio inicio a una democracia comunitaria y se creó una justicia independiente, y ya en marzo de 1919 se celebraron elecciones generales, en las que incluso los derrotados pudieron participar y obtuvieron no menos de 80 de los 200 escaños. Finalmente, en julio de 1919 se aprobó una Constitución republicana y se eligió como primer presidente de la nación a K.J. Ståhlberg, un respetado promotor liberal del Estado de Derecho. ¿Por qué se produjo este rápido cambio, que puede calificarse realmente como un éxito? La razón se sustentaba en la cambiante arquitectura política europea. La derrota alemana obligó a Finlandia a buscar el reconocimiento de los vencedores de la I Guerra Mundial, lo que condujo a un giro de la política de derechas hacia el centro. En esta política, los agentes más importantes fueron la Liga Agraria y los Socialdemócratas. La experiencia finlandesa se acerca en muchos aspectos a la española de la década de 1930. La alta tasa de víctimas y especialmente la represión judicial de postguerra son comunes. Las purgas fueron una dura realidad en ambos países. Pero también hay otros paralelismos, que van de los problemas del retraso de la modernización a la cuestión de la tierra y a los temores a un cambio social radical generado por un sistema parlamentario «demasiado democrático». Ciertamente las diferencias fueron también notables. Tras el desenlace de la guerra se dio una diferencia fundamental: poco después se estableció en Finlandia un Estado democrático de Derecho, mientras que en España la transición no tuvo lugar hasta finales de la década de 1970. En ambos casos las diferencias no están relacionadas únicamente con las relaciones de poder internas. De hecho, las constelaciones de poder en el ámbito europeo fueron decisivas y se interrelacionaban con una situación interna resuelta mediante las armas. Mediante la comparación de los dos casos podemos aprender mucho de nuestras historias, que con frecuencia se tratan de manera demasiado nacionalista. Algunas de las enseñanzas resultan muy tópicas. Las crecientes divisiones entre clases sociales y movimientos políticos generan discursos cada vez más agresivos, lo que lleva a un círculo vicioso que va derivando hacia posibles acciones. Esta amenaza de polarización puede verse hoy en Cataluña, especialmente centrada en la falsa retórica de los separatistas. Distinguen democracia y Estado de Derecho y utilizan algunos conceptos de una manera que no tiene justificación racional. En Finlandia, los populistas de derechas (Auténticos Finlandeses; el segundo mayor partido en las elecciones de 14 de abril de 2019) ganan terreno con el mismo tipo de retórica antidemocrática, incluido el abierto rechazo a las decisiones de los tribunales, si no les gustan los resultados. En los años venideros, cuestiones como la de qué forma se defiende el Estado de Derecho estarán tan presentes como en el período de entreguerras. La respuesta de los Estados democráticos y la UE nos permitirá saber si hemos aprendido algo de la historia.